Por Francisco Diez-Canseco Távara
La Era de la Corrupción se inició en el Perú durante el primer gobierno de Alan García: nunca antes había ocurrido que una sucesión de 5 presidentes, en el curso de 8 períodos presidenciales y nada menos que 33 años, fueran acusados por visibles actos de corrupción por los cuales, hasta ahora ninguno de ellos ha sido sentenciado.
Durante los gobiernos previos de Belaúnde, Morales Bermúdez, la dictadura de Velasco o el propio régimen de Manuel Prado, hubo ciertamente delitos de corrupción pero jamás se sindicó al propio Jefe del Estado como partícipe de ellos. Velasco destruyó al Perú pero no fue acusado de ladrón.
Durante la Era de la Corrupción, nuestro país ha padecido un proceso paulatino e implacable de degradación moral: el propio sistema de partidos políticos, ya seriamente deteriorado al cierre del primer gobierno de García Pérez, sufrió un golpe casi irreversible durante el decenio de Fujimori quien inició el período de los “outsiders” al llegar al poder con un remedo de partido político llamado Cambio 90 que hoy, previo cambio de nombre, es nada menos que Perú Patria Segura, partido que lidera Renzo Reggiardo, hijo del exfujimorista Andrés Reggiardo.
En esta etapa también se inician las plutocracias universitarias cuando magnates “propietarios” de universidades privadas deciden utilizar sus millones para incursionar en política porque tienen “plata como cancha”, descubriéndose luego sórdidos actos de plagio y fraude académico, entre otras graves señales de corrupción.
La característica recurrente de la Era de la Corrupción es, ciertamente, la impunidad con la que sus principales actores han podido desempeñarse gracias a la existencia de un sistema judicial corrupto dentro del cual se fueron desarrollando verdaderas mafias que recién han sido puestas parcialmente en evidencia a través de los audios de la vergüenza.
En paralelo, emergió un nuevo, corrupto y antidemocrático lobby, procreado fundamentalmente en la Universidad Católica, que integra la izquierda caviar peruana y que ejerce poder insertándose en los gobiernos y ubicándose en los medios de comunicación y el propio Poder Judicial.
Hay pues, como diría Vallejo, muchísimo que hacer.