Por Francisco Diez-Canseco Távara
“Ser feliz es reconocer que vale la pena vivir la vida a pesar de todos los desafíos, incomprensiones y períodos de crisis”.
Palabras llenas de hondo significado del Papa Francisco, argentino, latinoamericano y realmente de todos porque llega hasta el fondo del corazón y la conciencia de los creyentes y, seguramente, de muchos no creyentes en la medida de su profundo y consistente conocimiento y amor por el ser humano.
Palabras de fe en la Semana Santa de reflexión sobre nuestra propia existencia, el papel decisivo de nuestra familia y nuestra responsabilidad con la sociedad que nos circunda y alberga porque “ser feliz es encontrar fuerza en el perdón, esperanza en las batallas, seguridad en el palco del miedo, amor en los desencuentros”.
En buena cuenta, el Papa Francisco nos presenta la vida misma como el camino de la felicidad en la medida en que la enfrentemos con sabiduría y amor, con tolerancia y comprensión pero sobre todo porque, como él lo dice: ”jamás desistas, jamás desistas de las personas que amas, jamás desistas de ser feliz pues la vida es un espectáculo imperdible”.
Este mensaje de esperanza llega a nuestra Patria en medio de una crisis de valores que nunca antes fue tan evidente y en la que es indispensable que no perdamos ni el rumbo ni la voluntad para mantener la firmeza de nuestras convicciones y para contribuir a enmendar esta difícil coyuntura con firmeza y decisión.
Para ello, estoy seguro, contamos con el apoyo de la inmensa, silenciosa e indignada mayoría de peruanos que ciertamente rechaza los sórdidos manejos de nuestra subclase política y que exige lo que debe ser una Revolución Pacífica que genere una democracia efectiva y limpia, con ciudadanos honestos que realmente quieren trabajar por el Perú en forma desprendida y cívica para terminar con esa infame afirmación de que el Perú es el país donde no se sabe decir no a las tentaciones de la corrupción.
Como en Evangelii Gaudium, el Papa nos vuelve a iluminar el horizonte a veces sombrío de la vida y de la lucha por nuestras convicciones reforzando el concepto de que la felicidad está en la ruta que hacemos al andar y no necesariamente en la consecución de nuestros objetivos.