La revolución de la tecnología ha hecho posible la construcción de edificios inteligentes que buscan mejorar nuestra calidad de vida tanto en casa como en el trabajo. Entérese cómo funcionan y los beneficios que brindan.
Los smartbuildings o edificios inteligentes son edificios que se caracterizan por su innovación tecnológica; es decir, sus instalaciones y sistemas permiten una gestión integrada y automatizada con el objetivo de aumentar la eficiencia energética, la seguridad, la usabilidad y la accesibilidad.
Se trata de poner la tecnología al servicio de las personas en la construcción de viviendas, oficinas, almacenes, etc. Cada sistema sirve a un propósito, aunque el fin último no es otro que ampliar el confort y la seguridad de los habitantes o usuarios del inmueble.
Estamos hablando de la arquitectura del futuro pero para que un edificio sea considerado inteligente debe cumplir unos importantes requisitos:
- Ser respetuoso con el medio ambiente
Un edificio inteligente debe de ser sostenible desde los pies hasta la cabeza, empezando por los materiales con los que ha sido construido hasta los sistemas que utiliza para controlar el consumo de suministros.A nivel arquitectónico, un smartbuilding debe estar diseñado para cumplir las necesidades funcionales de sus usuarios. Además, los materiales utilizados en su construcción así como la distribución del propio edificio deben aprovechar al máximo los recursos naturales (sobre todo la luz del sol).
Por otro lado, ha de contar con sistemas que puedan controlar y regular el consumo de luz y agua para lograr la eficiencia energética. Se calcula que los edificios suponen cerca del 40% del consumo total de energía y el 36% de las emisiones de carbono. Sin embargo, con un sistema de gestión energética, el consumo de energía puede ser cinco veces menor y en el caso de la huella de carbono hasta cuatro veces menor. Del mismo modo, hay edificios que generan su propia energía (normalmente, gracias a placas solares) y contribuyen a la red nacional con los vatios sobrantes.
- Contar con un sistema de control integrado:
Para ser inteligente, el edificio necesita un cerebro integrado del que dependen todos los sistemas y se encargue de que todo funcione. Es una especie de centralita que conecta todos los programas y dispositivos del edificio y, a su vez, los enlaza con la actividad que se está produciendo dentro del mismo.
Gracias a este sistema, el edificio permite reconocer a las personas que están en el interior, regular los sistemas de temperatura para crear un ambiente agradable, apagar las luces cuando no hay actividad en una sala o enviar a los ascensores a la planta baja cuando hay muchas personas esperando.
La tecnología que se esconde detrás de un edificio se conoce como inmótica. Si bien esta está relacionada con la domótica, lo que las diferencia es que una está pensada para edificios de grandes dimensiones y la otra para uso doméstico.
La inmótica es una tecnología que permite, por tanto, la automatización integral de construcciones. Permite monitorizar el funcionamiento general de edificio y controlar aspectos como el balance energético, variables como la temperatura o la humedad, alertas de seguridad, sistemas de accesos, ascensores, etc. Gracias a ella los edificios se convierten en inteligentes, son más seguros, sostenibles y cómodos.
- Ser seguro:
La tecnología nos permite dotar a los edificios de sistemas de seguridad innovadores que protejan a las personas que los habitan. Ello permite llevar un control de accesos más rigurosos, reduciendo las posibilidades de robos u otro tipo de problemas. Además, están dotados de sistemas de detección de emergencias, lo que reduce el tiempo de detección, reacción y evacuación.
Eso sí, cuanto más depende un edificio de la tecnología para mantener su seguridad es, a la vez, más vulnerable; por eso, es importante blindar tecnológicamente los sistemas de los edificios inteligentes para evitar ataques.
- Ser flexible:
A nivel arquitectónico el edificio ha de servir a un propósito concreto pero, además, también ha de permitir remodelaciones rápidas y sencillas para satisfacer otro tipo de necesidades en el futuro. Un edificio inteligente es, también, un edificio flexible. Esto se consigue con un desarrollo modular tanto en instalaciones como en estructura. Sin por ello descuidar, por supuesto, la estética y la comodidad de cada uno de los espacios.
Edificios inteligentes de oficinas
Imagina que cada día llegas al trabajo y no tienes que acceder con una tarjeta o un código, sino que un sistema de reconocimiento facial abre las puertas a tu paso. Una vez que estás en tu sitio un sensor te recuerda cuándo debes hacer descansos y cómo corregir tu postura para estar correctamente sentado. Y, después, cuando te has ido, al no registrar actividad apaga las luces y todos los equipos para ahorrar energía.
Aunque esta escena pueda parecer ciencia ficción, cada vez estamos más cerca de vivir este tipo de situaciones. Y es que los edificios inteligentes de oficinas comienzan a ser una realidad en algunas ciudades. Según Schneider Electric, la inversión en sistemas de construcción inteligente era los 5.816 millones de dólares en 2015 y se prevé que en 2020 alcance los 14.460 millones de dólares
Y es que las oficinas dotadas con avances en tecnología generan un mejor entorno para el trabajo y las personas: aumenta la productividad, el bienestar de los profesionales, se optimizan los recursos y el día a día resulta mucho más agradable. Son pequeños detalles que, a priori, pueden pasar desapercibidos pero marcan una gran diferencia.