Por Juan Sotomayor
Estamos a muy pocos meses de elegir a las nuevas autoridades regionales y municipales en todo el país y uno de los requisitos para participar como candidato en estas elecciones es presentar un plan de gobierno para la ciudad que se pretende administrar.
Más allá de la formalidad para lograr la inscripción, el plan de gobierno debería ser el principal instrumento del ciudadano para decidir su voto. Eso no ocurre con frecuencia y generalmente el elector se deja llevar por la publicidad y la habilidad del candidato para “conectar” con la gente. Algunas ideas centrales que no sabemos con certeza si se llegarán a ejecutar, pues no hay tiempo ni espacio para explicar cómo se implementarán y cuanto costarán, suelen presentarse como el sustituto del plan de gobierno.
Es sabido que los principales retos de la gran Lima pasan por solucionar los graves problemas del transporte, la inseguridad ciudadana, la limpieza y control de la contaminación ambiental, así como la implementación de redes de salud y educación que lleguen de manera eficiente a los sectores de mayor necesidad.
Bajo esta premisa en la que estamos todos de acuerdo, la primera dificultad para elaborar y ejecutar un plan de gobierno serio y coherente, radica en que sólo cuatro años son insuficientes para resolver tan álgidos problemas. Además, las soluciones no dependen sólo del alcalde, sino que siempre están vinculadas a las disposiciones y lineamientos que plantee el gobierno central e incluso el congreso de la república. Tema aparte es la insuficiencia de recursos para atender todas las necesidades a la vez.
Siendo esto así, para tener éxito en su gestión, el futuro alcalde de Lima deberá contar con el liderazgo, capacidad gerencial y comunicación eficaz suficientes para convertirse en el principal gestor de recursos y articulador de esfuerzos tan dispares como descoordinados.
Adicionalmente, deberá revertir la falta de integración y sentido de pertenencia que millones de limeños demuestran hacia su ciudad. Tendrá que trabajar muchísimo en aquellos rubros que son motivo de orgullo para los limeños, para que a partir de ese sentimiento y motivación se pueda involucrar al vecino en la recuperación de su propia ciudad, esa misma que a veces se presenta hostil, agresiva e ingobernable.