Dina Boluarte fue parte del gobierno de Pedro Castillo, como vicepresidente y ministro de estado, desde el primer día hasta unos días antes de su caída en que oportuna y taimada, se apartó y no firmó el acta del último consejo de ministros en que participó, se libró así de una grave situación constitucional y empezó a desarrollar el viejo libreto escrito por el Lagarto Vizcarra antes de la caída de PPK.
En todos los corrillos políticos se sabía que mientras Castillo estaba en sus últimos días, a punto de entrar en pánico y patear el tablero, ella ya venía coordinando con técnicos de diversas procedencias sobre posibles aportes a un inminente gobierno suyo. Esta es una de las razones por la que los radicales castillistas la llaman traidora y no aceptan la sucesión.
No hay que olvidar tampoco, que si ella fue incluida en la plancha presidencial no fue precisamente porque aportara gran cantidad de votos, ni por su acervo político, sino porque era una persona de la más absoluta confianza de Vladimir Cerrón. Ni olvidar que hay colaboradores eficaces que la han señalado como la cajera del los Dinámicos del Centro.
La comparación con Castillo y el hecho por ejemplo que Dina Boluarte sea capaz de articular un discurso relativamente coherente y hacerse entender en idioma castellano, entusiasmó a muchos en una primera impresión. Tal vez por esto pasó un poco desapercibido el hecho que el primer gabinete estaba conformado con remanentes de la estructura burocrática de Castillo. Un gabinete que los medios trataron de mostrar como de una conformación técnica pero que se debió parchar en tiempo récord.
Lo cierto es que se dio una auténtica paradoja solo imaginable en la política peruana. Cayó un gobierno de izquierda, por golpista y corrupto. Se produjo la sucesión constitucional asumiendo la presidencia la vicepresidente, parte de ese mismo gobierno de izquierda, inmediatamente se produjeron desmanes y algaradas de carácter terrorista contra ese gobierno. Estas protestas también son protagonizadas por sectores de la izquierda, que están contra el nuevo gobierno y que quieren el cierre del congreso donde hay casi un tercio de izquierdistas y un buen número de mercenarios parlamentarios comprados por esa izquierda corrupta. Ante este desmadre izquierdista y por una especie de ataque de ansiedad sin precedentes surge súbitamente un amplio respaldo de sectores de una inconsecuente derecha a Dina Boluarte.
Esa derecha dinista es, no solo inconsecuente, sino también indigna y cobarde. Esta claro que hay que reestablecer el orden. Proteger las instituciones. Salvar la democracia, pero el precio no es, ni puede ser, terminar de rabonas de los fracasos de la izquierda.
Pero ha sucedido algo inaudito. Ante el más estrepitoso y escandaloso descalabro de la izquierda en el gobierno no han surgido liderazgos de la oposición, es más, la supuesta oposición ha sido muda y ciega, para terminar como claqué de un sainete de mal gusto. Nada de eso abona una supuesta gobernabilidad. Todo lo contrario, prolonga la crisis y sirve la mesa a la siempre parasitaria caviarada que sabrá sacar partido de la corrupción impenitente de la izquierda y de la estupidez de la falsa derecha, ahora tan dinista y tan políticamente correcta.
Esa es la triste realidad de la oposición peruana en este momento, luego cantará como en el viejo tango, que arrastró por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser. Será muy tarde entonces.