Francisco Chirinos Soto
A raíz de un operativo realizado hace algunas décadas en Argentina, por agentes implacables de los servicios de inteligencia israelíes, un criminal nazi responsable de la muerte de millares de judíos, fue llevado a Israel, juzgado y fusilado, todo ello en unos cuantos días. Argentina y el mundo entero protestaron, pero Israel impuso su rigor y su revancha. Entonces, apareció en la literatura jurídico-policial una frase latina –Male Captus, Bene Detentus-, que traducida al castellano significaba “Mal Capturado pero bien detenido”. Creo que aquí fue Javier Valle Riestra, con su admirable versación, quien trajo la frase o de repente la inventó él mismo. Pero el dicho constituyó una inteligente aunque severísima explicación.
Se me ocurre que algo parecido podríamos decir de lo que acaba de hacer el Presidente de la República con el ingeniero Alberto Fujimori, al haberle extendido un indulto inoportuno pero justiciero. “Mal indultado, pero bien perdonado”. Inoportuno, porque lo hizo en un momento en que a los ojos del Perú entero configuró una permuta con la salvación que un pequeño sector del fujimorismo le dispensó en el Congreso de la República al ponerse a votación el pedido de vacancia. Justiciero, en cambio, aún sin la menor intención de hacer justicia, porque Fujimori cumplía más de doce años de una sentencia arbitraria e injusta, por delitos que no cometió. Es verdad que cometió otros, pero no eran más que “peccata minutia”, frente a los crímenes que le fueron arbitrariamente atribuidos.
No he entendido, a lo largo de estos doce últimos años, la estrategia desarrollada por Fujimori y sus diversos defensores para impedir la infamante condena por asesinatos múltiples que sustentó un fallo de veinticinco años y que acaba de ser redimido en un cincuenta por ciento. Por lo pronto, si Fujimori se siente, como lo ha proclamado varias veces, incluso una de ellas a través de gritos destemplados, inocente de tales cargos, la solución no estaba en el indulto, que es el perdón, sino en la revisión de los procesos y las sentencias, acudiendo incluso a las instancias supranacionales.
Pero he aquí, erre que erre, la insistencia en el indulto que, además, lo ha agradecido al Presidente de la República, Pedro Pablo Kuczynski que, según creo, no tiene mayor idea del extenso documento que ha firmado. Conozco cuando menos a dos de sus defensores y los aprecio como abogados certeros. Sin embargo, como Fujimori es quien parece dirigir personalmente su propia defensa, los abogados se han hecho cómplices de los errores.
Es verdad, de otro lado, que según la doctrina, el indulto puede servir para dejar sin efecto sentencias equivocadas o injustas. En nuestro país tenemos un notable ejemplo, con el indulto que el gobierno militar encabezado por el General Francisco Morales Bermúdez extendió a favor de Eugenia Sessarego, quien había sido condenada como co-autora del homicidio perpetrado en agravio de Luis BancheroRossi. En el abultado proceso nunca fueron aportados elementos probatorios que pudieran sustentar válidamente un fallo condenatorio contra la señora Sessarego. Pero el tribunal cedió a las presiones del fiscal y de algunos sectores de la opinión pública para imponer una sentencia condenatoria a veinte años de prisión.
Agotadas las instancias judiciales hasta la Corte Suprema, el régimen militar, en un pulcro e inusual reconocimiento de las normas constitucionales respectivas, tuvo que expedir un decreto ley para el indulto. Y así lo hizo. La señora Sessarego salió de prisión. Pocos meses después de haber sido injustamente encarcelada.