La capital peruana enfrenta un alto riesgo de un terremoto de magnitud 9, agravado por su densidad poblacional y frágil infraestructura.
Lima, una de las metópolis más importantes de América Latina, está situada en una de las zonas más sísmicamente activas del mundo: el Cinturón de Fuego del Pacífico. Esta ubicación la expone a la posibilidad de un megaterremoto con una magnitud de hasta 9 grados, una amenaza que podría transformar la ciudad en un escenario de devastación total.
Según el Instituto Geofísico del Perú (IGP), la interacción entre la placa de Nazca y la placa Sudamericana acumula enormes cantidades de energía tectónica. Este proceso, conocido como subducción, tiene un segmento crítico frente a las costas de Lima que podría liberar un terremoto de magnitudes catastróficas. Hernando Tavera, presidente del IGP, destaca que este fenómeno es inevitable, solo resta determinar cuándo ocurrirá.
La historia sísmica del país es testimonio de la potencia destructiva de estos eventos. El terremoto de Pisco en 2007, con una magnitud de 7,9, causó estragos significativos. Sin embargo, un sismo mayor en la capital tendría un impacto exponencialmente más grave. Con una población cercana a los 10 millones de habitantes, Lima enfrenta serios riesgos debido a su precaria infraestructura. Viviendas autoconstruidas y edificios antiguos no podrán resistir un movimiento telúrico de gran magnitud, lo que podría resultar en miles de víctimas mortales y heridos.
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Además de las pérdidas humanas, la destrucción de hospitales, redes de transporte y servicios básicos complicaría la respuesta de emergencia. Un megaterremoto también podría desencadenar un tsunami, afectando el litoral peruano y extendiendo los daños a países vecinos como Chile y Ecuador.
La preparación sigue siendo una de las principales herramientas para mitigar el impacto de este desastre. El Instituto Nacional de Defensa Civil (Indeci) ha intensificado los simulacros de evacuación, aunque la participación ciudadana aún es limitada. Mario Valenzuela, experto en gestión de riesgos, advierte que los simulacros y las mochilas de emergencia son esenciales para aumentar la resiliencia de la población.
En este contexto, es vital que las autoridades fortalezcan la infraestructura y promuevan una mayor cultura de prevención. Mientras los avances tecnológicos permiten monitorear la actividad sísmica, el reto principal es transformar esos datos en acciones concretas que protejan vidas y reduzcan el impacto de una tragedia que podría ocurrir en cualquier momento.