Por Javier Valle Riestra
No obstante pertenecer a una familia burguesa, abandoné a los cinco años mi casa paterna para irme a vivir a un ambiente intelectualizado y con una gran biblioteca de miles de volúmenes. Mis abuelos, los González Olaechea, me acogieron con todos los honores a los cinco años de edad y no volví donde mis padres; su divorcio no me afectó. Yo me dediqué a estudiar los libros colegiales, pero al mismo tiempo a leer libros como “La Realidad Nacional” y “Siete años de interpretación de la realidad peruana”; fui un solitario que vivía en casa de sus octogenarios abuelos; luego.
Por una amistad que tenía yo a los veinte años con Pablo Soldi, me incorporé a la lucha aprista; y así pude realizar tareas que para viejos apristas hubieran sido imposibles. Era el agente de la legalidad con la clandestinidad. Mi vida política fue afortunada; la policía sólo me capturo una vez internándome por tres días y medio en el panóptico de Lima, donde encontré en igual situación a Ramiro Priale, Jorge Raygada y decenas más; quería discutirse la victoria electoral de Manuel Prado y prorrogar la dictadura. Empero a los cuatro días nos excarcelaron. Y se reanudo el proceso democrático, que llevó al poder a Prado.
Jamás en los ochenta y tres años de aprista que tengo traicioné al partido. Tuve unas discrepancias a raíz de la revolución cubana. Me sumé unas semanas a unos disidentes filocastristas que seguían desnaturalizadamente tesis filocastristas que si bien eran izquierdistas eran incompatibles con lo ortodoxo del partido aprista, cuyo nombre habían usurpado.
Tuve una vida novelesca en esos años. Yo estaba casado con una terrateniente azucarera y sus hermanos a raíz de la reforma agraria velasquista hicieron una maniobra fraudulenta en cuya virtud recuperaron sus fondos agrarios depositada en un banco de Miami. No obstante que todos los indicios los sindicaban a ellos y no a mí, armaron un escándalo las autoridades dictatoriales.
Cuando descubrí que se iba a producir esa maniobra me fui a España, donde me refugié. El gobierno del Perú, sin pruebas ni indicios de ninguna naturaleza me sindicó como autor intelectual. Yo respondí pidiendo asilo en España. Era el gobierno del generalísimo Franco, pese a mi perfil izquierdista ante la magnitud de mi inocencia decidió asilarme políticamente. Y así paradójicamente resulté asilado en España durante siete años, hasta que la Corte Suprema del Perú me absolvió.