Por: Dante Seminario
Llegar a Moquegua es como volver a la época colonial, ver su plaza rodeada de viejas casonas y su pileta -de fierro- que fue atribuida al Ing francés Gustave Eiffel -quién construyó la torre que es la más visitada en París– realmente es una belleza cultural que deviera explotarse turísticamente, lamentablemente hace falta una infraestructura hotelera, un aereopuerto y la difusión del turismo de la región por parre de sus autoridades.
Sus calles son angostas y sobre una loma, alrededor de la plaza las casonas estan echas de adobe y se encuentra en una esquina, una hecha de piedras, son amplias, con techos de mojinetes y tienen el corre virreynal que las convierte en monumentos históricos.
En las afueras de Moquegua apreciamos sus campiñas, donde se cultiva el oregano, la palta y la uva, donde destaca su piscos y vinos. La ciudad fue destruída por varios terremotos, pero siempre salió adelante gracias al empuje de su gente, su historia pre inca nos muestra sus restos arqueológicos en el Cerro Baúl -donde convivieron Tiahuanacos y waris- a pesar de que unos hablaban quechua y los otros aymara supieron convivir.
El rumor urbano es que el moqueguano es dormilón, yo creo que tanta belleza lo lleva a soñar con esta maravillosa tierra y uno se contagia, terminando soñando con ella