Iván Torres La Torre (*)
Una sociedad que se administra dentro de un orden natural de prioridades debe identificar que, así como se debe invertir exponencialmente en el sector salud, también los sectores de educación y de seguridad ciudadana (Policía), deben ser atendidos con inversiones importantes, antes que cualesquiera otras demandas, quizás también de importancia, pero de menor trascendencia e impacto para el crecimiento del país.
Hemos podido observar como entidades públicas como el Congreso de la República, considera que, para modernizar la gestión parlamentaria, amerita adquirir televisores nuevos, frigobares y computadoras de última generación. Con el respeto que merece uno de los poderes del Estado, como es el Poder Legislativo, este criterio resulta superfluo, técnicamente sin sustento, intrascendente, irrelevante, lindando con la falta de consecuencia ante los presupuestos tan precarios del sector educación e interior, donde se podría justificar la adquisición de estos bienes, como por ejemplo adquirir millares de libros y computadoras último modelo para capacitar a nuestros maestros o quizás invertir en tecnología para nuestra policía nacional o en miles de becas internacionales para nuestros oficiales y suboficiales, con la finalidad que se perfeccionen y estén a la altura de los estándares internacionales de las mejores policías del continente.
Adicional a este despropósito de inversión, se puede apreciar además cómo la contraloría general de la República no interviene a ejercer sus funciones de control y si lo hace, recién ahora, es para calmar el populismo que le ha exigido adoptar esta medida, cuando en realidad poco o nada le interesaba. Y, como si fuera poco, la Contraloría interviene de la manera más estricta en educación y seguridad ciudadana, muchas veces cumpliendo cabalmente sus objetivos y otras, obstaculizando adquisiciones verdaderamente necesarias.
Estas inconsistencias en el Estado generan desazón y merman la imagen del Poder Legislativo, que, dicho sea de paso, se encuentra en su peor momento y, sin embargo, no hay un viraje de timón ni de reacción que permita posicionar nuevamente al Congreso de la República ante la población.
Finalmente, si se trata de modernizar a las instituciones públicas del Estado, esto no se logrará con televisores ni frigobares, sino invirtiendo en la educación del pueblo que mañana más tarde, muchos de ellos ostentarán los sillones congresales. Hasta la próxima semana.