La luna lagrimea rojo
en los albergues de la emoción.
¡Y yo no encuentro una escalera,
para subir a depurar su gesto!
¡Llueve rojo,
sobre las cabezas de los mortales!
El sillón del abuelo se empapa
en las aristas de las esperas.
Descalzas las amapolas.
Tararean la novena de Mahler,
con el velo azulado, se cubren
erguidas y en procesión sus rostros.
Los espejos no quieren hablar,
se voltean,
hacia el ventanal de aquella mujer,
donde se atoran en los agostos,
los ángeles.
El firmamento derrama lágrimas.
Ellas prefieren ocultarse
entre las repisas borgianas,
para saberse salvadas.
Los ángeles
deshojan margaritas,
quedando esparcidas,
en los taburetes de la eternidad.
¡El cielo gotea rojo!
Agua salada,
que pintan las rosas,
extraviadas en la encrucijada
del espejismo.
¡El sillón del abuelo se ahoga de rojo!
¡Y la luna se unge de llanto!
Entre los balcones del cielo
y las paredes del infinito.
En el celestial coloquio de la eternidad.
¡Ya nadie ve pasar a ningún ángel!
Ellos decidieron deshojar margaritas,
sentados en el tendedero, donde la luna,
¡Mi Luna!
engancha las pasiones.
Fotografía fuente: Camelia Dina Dervily