Alcaldes distritales balbuceando frases entrecortadas, más desconcertantes silencios. Todos con posturas absurdas y contradictorias. Sin embargo, han monopolizado las imágenes televisivas, con vanas explicaciones estratégicas contra delincuentes que agobian a millones, en las localidades del Perú. Resulta insólito y pareciera broma que algo trascendental –fuente de pánico, desesperanza y hastío generalizado– sea tratado en forma fatua, burlesca; sin seriedad ni rigor alguno.
Esta apreciación con la que no cabe disentir, por su obviedad lamentable, confirma que el Estado peruano carece de políticas públicas para enfrentar a este flagelo, con la mínima eficacia. Una orfandad tan absoluta que no necesita esperar resultados. Basta con observar a estos voceros y ejecutores de la campaña, para percibir el fraude, el embuste grotesco del “plan Boluarte”
Son ellos los responsables políticos de esta cruzada lanzada desde Nueva York en el cuadro de la Asamblea General de la ONU, por esa sagacidad tan típica de la Presidenta. Porque el Ministro del Interior, jefe político de la Policía Nacional, ve ensombrecido su lógico liderazgo, por la colorida participación de una pléyade variopinta de alcaldes distritales, los cuales ganan protagonismo mediático con audaces declaraciones plañideras, estrambóticas e ignorantes, que sin rubor impugnan las acciones oficiales. Incluso el burgomaestre metropolitano y los provinciales, pasan a segundo plano. No extraña, entonces, el cúmulo de tonterías y desaciertos ofrecidos por la prensa nacional, a una ciudadanía estupefacta y sorprendida.
¿Por qué los medios se han abierto a personajes tan curiosos?. ¿Cuál es la causa de este deplorable espectáculo?. Entre otras causas la pésima lectura del Art. 197º de la Constitución: “Las municipalidades promueven, apoyan y reglamentan la participación vecinal en el desarrollo local. Asimismo brindan servicios de seguridad ciudadana, con la cooperación de la Policía Nacional del Perú”. Reparemos que es un artículo relativo a la participación de los vecinos, donde la seguridad es sólo subsidiaria de dicha participación; más el concurso policial.
Desde entonces, siempre se concibió la seguridad ciudadana como una forma vecinal de erradicar la delincuencia, una defensa participativa y municipal, donde la policía coopera. Su objetivo: las pirañas, los carteristas, la prostitución, los fumones, la gente de mal vivir, que son materia de inseguridad generalizada. A estos delitos, que molestan mucho, se los reduce con recuperación de los espacios públicos, acciones cívicas, vigilancia ciudadana, patrullaje mixto de serenos y policías, arresto ciudadano, etc.
En ningún caso se pensó que estas actuaciones servirían contra el gansterismo de alta peligrosidad. Frente a ellos las municipalidades, las rondas vecinales, las comisarias, los serenos, etc. valen poco. En ningún país del mundo que se estima, las autoridades locales se encargan de estos crímenes, en su parte sustancial. Si Bukele viene teniendo éxito en su accionar ha sido por haber centralizado la lucha anti-criminal, bajo su plena autoridad presidencial. Es una tarea que asume como primer mandatario, como política de Estado, sin temor al riesgo. Todo lo contrario a la dispersión que reina en el Perú.