Quienes pintamos algunas canas, y digo algunas, pues ya no hay mucho pelo que pueda blanquear, podemos atestiguar el avance acelerado de la ciencia y tecnología hasta en las cosas más elementales. No nos referimos al avance de las ciencias médicas, como tampoco de armas y menos de la tecnología espacial, que ya son cosas mayores.
Cosas tan sencillas como las comunicaciones telefónicas, en pocos años pasaron de los teléfonos a manizuela y por centralitas hasta los hoy modernos teléfonos inalámbricos y los celulares o teléfonos móviles. Los primeros celulares eran del tamaño de un zapato y con agarradera y, vaya si pesaban.
Poco tiempo atrás, en muchas localidades, teníamos que ir a la central telefónica para hacer nuestras llamadas e incluso, si eran a medio día nos hacían esperar una eternidad pues las operadoras estaban escuchando o viendo su radio o telenovela.
Hoy día en un parlantito de cuatro por tres dedos, podemos escuchar la música deseada a través de la aplicación “Spotify” inserta en nuestro celular, y si lo queremos hacer más fácil, decimos a media voz “Alexa” y el nombre de la música de nuestra preferencia y, al instante la escuchamos en un aparatejo de 3 centímetros de alto por cerca de 10 de diámetro, conectado a no sé qué. Pocas generaciones atrás, teníamos en nuestras casas las famosas radiolas, unos muebles del tamaño de un aparador o de una consola de por lo menos dos metros, que tenía debajo de su tapa un enorme radio y un tocadiscos o tornamesa para escuchar las grabaciones en discos de vinilo, sean de 78 o 33 revoluciones. Hoy solo las encuentras en los anticuarios.
Lo que son las comunicaciones epistolares están pasando a la historia, tanto es así que ya ni siquiera te encuentras con un cartero en la calle. Las cartas hace pocas décadas, las transmitías por telegramas, más tarde entre ciudades separadas por océanos, teníamos los cablegramas que luego se sustituyeron por el famoso fax, el que rápidamente fue superado por el escaneado utilizando la computadora con su impresor, método moderno hasta con el cual se pueden celebrar contratos. Antes ello era inverosímil.
A contracorriente con el crecimiento y avance tanto científico como tecnológico, penosamente hemos retrocedido en una seria de valores humanos que han ido reduciéndose u olvidándose. Temas como la solidaridad, cada día se practica menos, el individualismo campea por todos lados, incluso las relaciones familiares se van distanciando y lo que era constituir hogares formales a través del matrimonio, ya no son casos de mayoría sino de minorías.
El involucrarse en los asuntos públicos solo se nota cuando afectan intereses personales o grupales, las personas de buena actitud cívica prefieren no involucrarse en la Política, dejándola en manos de quienes deberían estar lejanos a ella. El valor de la verdad ha dejado paso a la mentira y no seguiré en el relato para no deprimirlos.
Para corregirlo debemos regresar a la educación en valores, civismo y ética.