Camino a las playas del sur, en la provincia de Lima, se encuentra la refinería de petróleo, comúnmente conocida como “Conchan”, la cual está operada por la empresa estatal Petroperú, que también maneja ese hoy elefante petrificado que es la refinería de Talara, al igual como la de Iquitos, e incluso el oleoducto norperuano que trae el petróleo desde la Amazonía a nuestra costa y, algunos otros emprendimientos menores.
La verdad es que la conducción de Petroperú deja mucho que desear, situación que se ha ido agravando y que no es de responsabilidad solo del actual gobierno, sino que se viene cargando a cuestas por el Estado durante algunos quinquenios.
La seria crisis empresarial, económica y financiera de Petroperú ha ido aumentando, sobre todo cuando se dispuso la ampliación de la Refinería de Talara, pero sobredimensionando innecesariamente su tamaño. Cuando se inició el proyecto, de lo que hoy se ha convertido en un voraz depredador de recursos fiscales, fue simplemente para modernizar la antigua refinería de Talara, pero en la práctica Petroperú indujo a las autoridades del Ministerio de Energía y Minas y a otras reparticiones del Estado, a ejecutar el proyecto inmenso, faraónico e innecesario, pues carecemos de petróleo suficiente para procesar.
Lo que además se proyectó con un costo que, siendo benévolos podríamos llamar “franciscano”, terminó siéndolo “cardenalicio” pero del Vaticano, que excedió todo lo razonable, obligando al Estado a aumentar aportes al capital de Petroperú, garantizarlo para la devolución de los créditos que obtuvo y encima se pretende así seguir con la sangría, que como vemos no tiene cuando terminar.
Desde Petroperú se maquilla la situación como si fuesen a recibir el “Oscar”, cuando sus prácticas empresariales lo que merecen es el repudio ciudadano y, quienes están en la conducción de la empresa, siguen percibiendo onerosas remuneraciones, dietas y otros beneficios, que no guardan relación con la situación de tal empresa.
Ya es hora que el asunto de Petroperú se afronte con realismo y llamando el gobierno a actores del sector privado, expertos en materia energética y finanzas a fin de buscar alternativas adecuadas, incluso yendo hasta la privatización de la empresa, para terminar con su vocación de “beneficencia pública de incapaces”.
Petroperú en la práctica no puede ni siquiera dar seguridad al oleoducto norperuano que permanentemente está expuesto a accidentes, pero también a atentados criminales que causan daños ecológicos en nuestra Amazonía y cuya reparación por lo demás es bastante onerosa.
No contentos los directores y funcionarios de Petroperú con la caótica situación y falta de recursos tienen la peregrina decisión, de que se les otorgue la concesión de lotes en el litoral para hacer prospección petrolera, que además de ser carísima y que no tiene como afrontar, es de riesgo, pues más son los pozos sin valor comercial que los que si lo tienen.
Quizás, pero ya no en serio, pudiese ser conveniente que Petroperú cambie de nombre y asuma el de la refinería de “Cochan” que le viene a pelo.
