Cientos de años han pasado y se sigue contando el cuento de la Caperucita Roja, que no ha perdido vigencia y es uno de los favoritos de los niños en este mundo ancho y ajeno del que escribió Ciro Alegría.
Se recuerda a la niña Caperucita, con su atuendo de color rojo, yendo por el bosque a visitar a su abuelita, sustituida esta última por el lobo feroz que engatusó a la pequeña luego de hacerse cargo de la anciana.
Los lectores de esta columna probablemente se preguntarán que le pasó al columnista, ¿se habrá quizás convertido en el Fulgencio que no tuvo infancia? La respuesta es negativa, simplemente hay una asociación de ideas que me hizo recordar al famosísimo cuento, la cual fluyó al ver continuamente a los ministros de Castillo, casi todos con sus casaquitas rojas, con seguridad solventadas con el Presupuesto Público. Como se observa, del mismo color que el de la Caperucita.
El rojo de estos tiempos no tiene el mismo significado ni simbolismo del de Caperucita, ya que esta era inocente y confiada, tan es así que fue timada por el pérfido lobo feroz.
El rojo, que coloreaba a las casacas de los ministros de Castillo, es el que tienen las banderas de los Estados socialistas-comunistas y que también identificaron en su tiempo a la que podría denominarse insurrección revolucionaria. Es el rojo del homicidio de la Democracia.
El rojo antes aludido es muy diferente del de nuestra bandera rojiblanca, en que el rojo simboliza a la sangre de nuestros héroes, sobre todo de los que lograron nuestra independencia de la corona ibérica y, cuyo blanco en el centro, simboliza el ansia de paz, libertad y justicia de nuestros compatriotas.
Con la remembranza del cuento de Caperucita, los entonces ministros son el símil del lobo que la engatusó a ella y a la abuelita, aunque con el ropaje rojo de la primera. Pudieron haber escogido cualquier otro color, por cierto, pero se decidieron por el rojo, no creo que por desprevenidos, sino porque simboliza la ideología del régimen, que quería la igualdad descendente, que aniquila las vidas y el futuro de los emprendedores y de la población y nos quita toda esperanza de un futuro diferente y mejor.
También es cierto que tales ministros necesitaban algo que los distinguiera y que la población pudiese reconocerlos, pues si estaban sin sus chalequitos y casacas, pasan desapercibidos como cualquier mortal, ya que lo único que los hace identificables es su falta de conocimiento para la conducción del país, sus acciones erradas, sus decisiones tardías, todo lo cual puede sintetizarse en ineficiencia. Como en todo, hay excepciones, aunque en este caso escasas.
Los ministros son altísimos funcionarios públicos, quienes secundan al Presidente de la República en la conducción del país, por lo que deberían ser reconocidos por sus acciones en beneficio de la Nación (que en tal régimen no es el caso) y no por el uso de prendas que los uniforme como escolares.