Siempre se ha dicho, y con razón, que la juventud es el futuro de los países y por ello, además del imperativo moral, hay que prepararla para que asuma en su oportunidad los retos de la conducción del Perú en todas sus vertientes.
Esa juventud es consciente que tiene que prepararse profesionalmente y por ello cada día hay más jóvenes que intentan ingresar a las universidades, tanto para el pregrado como para las maestrías, diplomados y doctorados. Saben perfectamente que en este mundo competitivo, el tener los conocimientos adecuados, hace la diferencia.
El avance tecnológico y científico es muy grande y la velocidad de los cambios es francamente sideral, a lo que ha contribuido la globalización y porque no decirlo, la inmediatez en las comunicaciones debido a los sistemas digitales. Tenemos toda la información en la mano, con solo utilizar un teléfono móvil, lo que hace algunos lustros no lo hubiéramos podido imaginar, cuando hasta para tener un teléfono fijo había que esperar años y años en nuestro país.
La globalización y la digitalización de las comunicaciones e información ha hecho que los jóvenes cada vez sean más internacionales y que, si bien aman a su país, están dispuestos a tomar nuevos rumbos si es que se trata de su mejoría, sea en posición en la sociedad, como también en sus economías.
Muchos de los jóvenes que antes salían a estudiar al extranjero, tanto en pregrado como en postgrado, tenían la intención de regresar al terruño y aportar con sus conocimientos al desarrollo del país. Lamentablemente cada día que pasa, ello es menos frecuente debido a la desconfianza en el futuro generada por la inestabilidad política del país y a las dudas sobre el norte al cual se pretendería dirigir al Perú por sus actuales gobernantes.
Hoy en día es muy frecuente escuchar las conversaciones de la gente joven respecto a los países en que mejor desarrollarían sus aptitudes y donde sería mejor que sienten sus reales, es decir, donde residir en el futuro. Ya no hablan de salir a estudiar maestrías en el extranjero, sino a mudarse al exterior y permanecer en él, lo que no les es difícil, pues como ya se ha dicho se sienten ciudadanos universales.
Lo más triste de todo ello no es solamente que nuestra patria pierda cerebros que la ayuden a seguir con el despegue de tres décadas, penosamente perturbado por marchas y contramarchas, afirmaciones y negaciones, presencias y ausencias, sino que además las familias se esparcen por el mundo con pérdida de lazos permanentes que se enriquecen con la presencia física del día a día y que las comunicaciones modernas, aunque de excelente eficacia, no pueden sustituir lo presencial.
Ojalá se pueda dar a la juventud las seguridades de una buena direccionalidad en el manejo del país, pues sin confianza los calificados buscan otras latitudes. Estamos a tiempo.
