Por Antero Flores-Araoz / Pesada carga

por | Abr 1, 2023 | Opinión

Como bien sabemos, muchas veces la información que se recibe en redes sociales y en whatsapp, sin olvidar los correos electrónicos colectivos, es sumamente copiosa, abruma y, como consecuencia, el receptor de los mensajes opte por ser selectivo en lo que lee, ve o escucha o simplemente escoge desconectarse de todo.

Sin embargo, a veces se reciben imágenes, textos e incluso audios, que en tono jocoso ponen algo de alegría al insulso día y, en adición nos hacen reflexionar.

Uno de tales textos recibidos en tiempos de preparar y presentar la declaración jurada para el Impuesto a la Renta, contenía el siguiente relato, por supuesto en son de broma, pero que nos induce a meditar: “un contribuyente se enojó al ser rechazada su declaración del Impuesto a la Renta, probablemente por tener datos incorrectos. Una de las preguntas del cuestionario era ¿tienes dependientes? El contribuyente contestó mi, familia, 18 ministros, 130 parlamentarios, un montón de viceministros, más un millón de inmigrantes ilegales, otro millón de funcionarios públicos en que hay infinidad de ociosos, y como cien mil personas en las cárceles. La respuesta contundente del contribuyente fue ¿de quién me olvidé”.

Evidentemente son los contribuyentes que con los impuestos que pagan soportan el costo del aparato estatal, pasando por parlamentarios, ministros, fiscales, jueces, magistrados, diplomáticos, soldados, policías, profesores, médicos, enfermeras, analistas y muchísimas más posiciones. Con esos mismos impuestos deben sufragarse los servicios a cargo del Estado como son escuelas y hospitales, así como también carreteras, puertos, aeropuertos, comisarías, postas médicas e infinidad de otras cosas, así como sus mantenimientos y la atención de afectados cuando se producen catástrofes de la naturaleza.

Esos contribuyentes, cuando ven que sus impuestos, contribuciones y tributos en general, se emplean mal, sirven para solventar a funcionarios ociosos, incompetentes o corruptos -insisto no todos por cierto- se rebela, no quiere pagar impuestos, busca mil y una triquiñuela para no hacerlo e induce a otros a trampear, como es comprar bienes y servicios sin comprobantes de pago, entre otras artimañas.

Es más que evidente que nadie está feliz, cuando sus ingresos son recortados o se reducen para pagar impuestos, pero cuando estos últimos se emplean bien, se nota que las obras públicas son de buena calidad, los servicios que presta el Estado son aceptables, el mantenimiento de hospitales y escuelas es permanente, la justicia es pronta, los procesos administrativos son rápidos y las obras de prevención no solo se anuncian, sino también se ejecutan, el inconforme contribuyente va cambiando de actitud y ve con satisfacción el buen empleo de su contribución al Estado.

El Estado y sus representantes deberían ser los más interesados en que los ciudadanos estén satisfechos con su accionar, pues ello los transformará en contribuyentes complacidos o por lo menos resignados para cumplir con sus obligaciones tributarias.

En el tema de la tributación, la utilización del sistema del “látigo” no es el más eficiente, lo es el tener al contribuyente satisfecho con el destino de sus impuestos.


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