Por: Bruno de Ayala Bellido

¿Cuánto tienen que ver las elecciones de los Estados Unidos en el destino del mundo? Parece que mucho. La guerra entre Ucrania (OTAN) y Rusia (BRICS) ha pasado de ser una guerra de desgaste a una guerra de luces y reflectores, en la que, además de las balas y las bombas, la prensa y la publicidad juegan un papel importante. La fecha del 5 de noviembre (elección en EE. UU.) se torna fundamental para estos actores, especialmente para los ucranianos, quienes, según esos resultados, ya sea Trump o Kamala el ganador, su destino como nación podría estar sellado.

Con todo el apoyo económico de Occidente y el apoyo logístico de la OTAN—satélites, armas e inteligencia—Ucrania, en lugar de reforzar sus líneas de defensa en el Donbás, donde los avances rusos son significativos el kremlin amenaza con anexionarse pronto la ciudad de Járkov, la segunda ciudad de Ucrania, sacan un conejo de la galera e inician una invasión épica al territorio ruso, amplificada convenientemente por las grandes cadenas de televisión. Se capturan 1,000 km², poco menos de la mitad de Lima Metropolitana. El objetivo de la invasión está claro: tomar la central nuclear de Kursk y tener en sus manos algo con qué negociar, dado que el momento de la negociación o un posible armisticio se acerca. Lo dijimos, sea cual sea el resultado de las elecciones norteamericanas, Ucrania se verá obligada a sentarse a negociar; su economía está en ruinas, sus servicios básicos destruidos, y más del 20% de su territorio anexado a la madre Rusia.

Ante este panorama, una medida como la invasión a Kursk, para algunos analistas, sabe a desesperación, y para otros, a genialidad. Lo cierto es que es un movimiento arriesgado, un gambito de reina que, de consolidarse, pondría a Zelenski, o a su sucesor, en una mejor posición. Está claro que, con esta jugada, los ucranianos buscaban más que el aplauso de Europa y de los Estados Unidos. Toda la estrategia de la invasión ha sido planificada por los generales de la OTAN y, en el fondo, como segundo objetivo, se buscaba que los rusos movieran recursos del frente oriental para defender su frontera invadida. Lamentablemente, nada de eso sucedió; Rusia movilizó a los eficientes chechenos y a parte del Grupo Wagner, estacionado en África, para hacer frente a esta incursión. Convivir con mil o dos mil kilómetros cuadrados de bosques agrestes invadidos no le afecta a Putin; lo tomará con calma. Lo que no dice la prensa es que esta arriesgada movida ha debilitado la defensa ucraniana y la posible cura podría salir muy cara.

La historia suele ser implacable; solo habría que preguntarles a personalidades como Napoleón o Hitler cómo les fue con arremetidas parecidas. La presión está del lado de la OTAN. Se acercan las elecciones del Tío Sam, y con ellas, como dijo Donald Trump, el fin de la guerra de Ucrania. Sea cual sea el resultado, la parte ruso parlante de Ucrania volverá a manos rusas, y el puerto de Odesa… bueno, ese capítulo será el final de esta historia.

(*) Analista Internacional


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