La memorable indiferencia hispanoamericana hacia sus hermanos de idioma es histórica, (salvo honrosas excepciones como la ayuda de Perú a Argentina en la guerra de las Malvinas). La indiferencia con lo que sucede en repúblicas, como Cuba, Nicaragua o Venezuela, es lo común, la degradación humana bajo el eufemismo de «revolución» se consuma frente a nuestros ojos, y gran parte de la sociedad latina aplaude e incluso alienta su entrada al abismo socialista. La otra parte, supuestamente más consciente, eleva tímidas protestas y opta por lo que mejor sabe hacer: mirar hacia otro lado.
Parece que aún no comprendemos la importancia que tiene para nuestros pueblos que el dictador Maduro y su régimen terminen en donde les corresponde: la cárcel. En su momento, Donald Trump tuvo la especial oportunidad de acabar con estos impresentables mediante una intervención militar, pero la dejó pasar. Ahora, el abuso, signo distintivo de este régimen totalitario, ha prohibido la participación en las elecciones programadas para este año de María Corina Machado (aduciendo fraude fiscal), quizás la última esperanza de libertad para Venezuela y la última oportunidad para que su diáspora instalada en nuestros países tenga la posibilidad real de volver a su tierra.
Lo que gobierna Venezuela es la expresión máxima del socialismo del siglo XXI: una mafia perfecta que, al mejor estilo de Cuba, recorta libertades, hace dependiente a su pueblo del Estado regalando miseria, practicando el populismo y clientelismo (a través del «carnet de la patria») en su máxima expresión. Pero la maldad de este régimen no se detiene ahí; ha corrompido e implicado a la fuerza armada en sus tropelías, asegurándose así, por el momento, su permanencia en el poder.
Estos delincuentes son tan hábiles en lo que hacen que la población venezolana está a punto de tirar la toalla; la desesperanza y la resignación están ganando la batalla, y eso no podemos permitirlo. Si terminan por bajar los brazos, inclinando la cerviz, estarán perdidos, y los países vecinos enfrentarán una mayor migración con todo lo que ello implica.
En Venezuela, el 85 % de su población está por debajo de la línea de pobreza, de los cuales el 53 % vive en extrema pobreza. Con una inflación anualizada del 193 % y una corrupción galopante, se hace más necesaria que nunca la creación de un bloque hispanoamericano que garantice elecciones libres, lo que implica la participación de veedores y el control del escrutinio de manera independiente y transparente.
El régimen venezolano está aplicando el manual cubano de la dictadura perfecta: deteniendo a las voces disonantes, prohibiendo la participación de los verdaderos opositores y creando escenarios de guerra ficticios (como el conflicto territorial con Guyana Esequiba), todo para mantenerse en el poder. Es imperativo que líderes como Javier Milei o Nayib Bukele, junto con Estados Unidos, encabecen la presión para que Venezuela celebre elecciones libres y limpias, y así lograr curarla del socialismo clientelista que enferma el alma y degrada la dignidad humana. Por ellos y por nosotros, Venezuela merece su libertad, Venezuela merece dignidad.
(*) Internacionalist