Cuando todo el establishment empresarial, periodístico y de Hollywood se puso en pie de guerra para evitar la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos, surge la figura providencial de Elon Musk, el hombre más rico del mundo; esa especie de Tony Stark salido de los cómics, extraído de las películas de Marvel, con su traje de Iron Man dispuesto a salvar al norteamericano promedio: al más pobre, al sin techo, al del cinturón del óxido. Su presencia en la campaña republicana le dio ese halo de solvencia no solo económica, sino también coherencia en su épica lucha contra el progresismo dogmático y su bandera más visible, la cultura woke y su extremidad decadente: la “ideología de género”. Un multimillonario dedicado a la ciencia, dueño de empresas emblemáticas como Tesla, SpaceX, Neuralink y la red social X, y un antiguo donante de causas demócratas, sufrió en carne propia los embates de la perversión del sistema, cuando uno de sus hijos fue atrapado por ese ilógico “virus” progresista y, a la vez, engañado por las autoridades escolares para autorizar un tratamiento hormonal. El resultado fue nefasto: el rompimiento total de relaciones con su querido hijo y el surgimiento de un héroe real que juró acabar con todo lo que representa la cultura woke y el progresismo zombi. Su acercamiento a Donald Trump era, en consecuencia, inevitable ante la pesadilla del progresismo mundial, que ya es una realidad.
Su estreno en las grandes ligas de la geopolítica se dio esta semana: la conversación telefónica entre Trump y Putin tenía un tercer interlocutor, nuestro héroe de carne y hueso, quien intervino en la conversación, lo cual indica la relevancia que tendrá en la toma de decisiones de la administración republicana en los próximos cuatro años. Por lo pronto, ya tiene un encargo vital que no le hará ganar muchos amigos: será el encargado de reducir el inmenso aparato estatal y, lo más importante, sus gastos. Con el rutilante nombre de «Departamento de Eficacia Gubernamental», la idea es impulsar reformas estructurales a gran escala y crear un enfoque empresarial para el gobierno nunca antes visto. En pocas palabras, aplicará lo que hizo Milei en Argentina con la motosierra: hacer un Estado más eficiente y coherente. Se vienen malos días para quienes disfrutan vivir y reproducirse cual garrapatas dentro del Estado.
Como él mismo ha manifestado, será una amenaza para la burocracia enquistada en el poder. Creará ondas de choque para destruir todo aquello que hace al Estado lento y corrosivo. En cuanto a su perspectiva en la geopolítica mundial, será muy interesante verlo haciendo contrapunto con Marco Rubio, el futuro secretario de Estado, quien será el primer hispano en tan alto cargo. Algo me dice que en La Habana y Caracas no deben de estar muy tranquilos, sabiendo que Musk y Rubio tienen ahora la sartén por el mango. Creo que ha llegado la época de podar progres y exterminar dictaduras.
(*) Analista Internacional
