Esperando la conexión de Madrid a Tel Aviv, en 4 horas de larga espera, repaso los últimos acontecimientos de la sufrida Venezuela. Me había hecho la promesa de no volver a escribir más sobre la narco dictadura de Maduro, Padrino y Diosdado Cabello, no por falta de interés, sino por decepción. Sin embargo, tenía que cerrar este capítulo diciendo mi verdad sobre este querido país, tomado por asalto por el crimen organizado. Los últimos actos de la dictadura demuestran el desquicio total, la intolerancia, y ponen a prueba a toda la comunidad internacional.
La confirmación del fraude electoral, al no presentar el oficialismo las actas del escrutinio final, la orden de captura al líder opositor y candidato presidencial Edmundo González, los jóvenes presos encerrados en la tenebrosa prisión “El Helicoide”, donde son cruelmente torturados, la sentencia del Tribunal Supremo de Justicia Electoral convalidando el fraude y, finalmente, el adelanto de las navidades, intentando comprar con un poco de comida la conciencia de un pueblo. ¿Se puede humillar más a su gente?
Pareciera que nadie se da cuenta de que Estados Unidos sigue el mismo guion pánfilo de siempre. Para colmo, mantiene inalterables sus relaciones petroleras. Los países de Hispanoamérica, salvo honrosas excepciones, juegan a mirar hacia otro lado, y del comunicado altisonante no pasarán. Mientras tanto, el régimen déspota se mueve como pez en el agua, apoyado por una maraña bien elaborada: sus bases de narcotráfico, oro ilegal, tráfico de armas y manejo general de sus riquezas naturales le dan suficiente aire financiero. Si a esto se le agrega su innegable vinculación con la China de Xi Jinping, la Rusia de Putin o la Turquía de Erdoğan, sí, esa Turquía miembro de la OTAN, los jerarcas de esta distópica Venezuela están cubiertos. Lo mejor para ellos es que se vayan los jóvenes, que se queden los viejos y sumisos, y recibir las remesas del extranjero. Así será más fácil controlar la situación, igual que en Cuba.
¿Qué decir de la oposición del país llanero? El descubrimiento que significó el liderazgo de María Corina Machado, la mística que alcanzó ella y su campaña, con Edmundo González, llevó la aguja del optimismo a niveles nunca vistos. A diferencia de otras campañas, manejaron la presentación de las actas electorales en tiempo real, una estrategia que reveló cierto nivel de comunicación con los miembros del ejército que se las facilitaron. Demostró tener un plan B, pero con estos sátrapas no solo basta con tener un plan B; se debe tener un plan militar de toma de calles con un sentido, tomar la casa de gobierno, no cansar a la población con vueltas alrededor de una plaza. Tomar la calle, en una hora extrema como la de este país, es dar la vida.
Tu plan, María Corina, era ganar las elecciones, denunciar el fraude, e ir con tu pueblo por la fuerza por el poder a Palacio de Miraflores y tomarlo. Esta dictadura no va a caer con comunicados ni con sanciones; va a caer a sangre y fuego. Tengo que abordar el avión, tierra santa y sus vicisitudes me esperan.
(*) Analista Internacional