Confirmada la candidatura de Kamala Harris en la última convención demócrata, todo está dicho: la campaña por la presidencia del país más poderoso del mundo entra en su última y definitiva etapa. La maquinaria periodística de las grandes corporaciones ha demostrado su parcialidad hacia la candidata del partido de los Obama y los Clinton. Prácticamente de la noche a la mañana, los 6 puntos porcentuales de ventaja que llevaba Trump desaparecieron. El empate técnico pone la elección al alcance de cualquiera. Con la renuncia de Joe Biden por evidente incapacidad cognitiva, se barajaron varios nombres para sustituirlo, pero el hecho de que Kamala Harris fuera la única que, por ley, podía recibir los aportes de campaña (donaciones) hizo que se decantara por ella la nominación del partido demócrata/progresista.
Atrás quedó el atentado a Donald Trump; ya casi nadie habla de ello ni del debate donde el líder republicano destrozó al senil Biden. La idea es que Kamala, super arropada por el progresismo, brille y llegue, como sea, a ganar las elecciones del 5 de noviembre. Para los estudiosos de medios, esta candidatura demócrata será una cátedra en vivo de cómo una candidata de perfil bajo, con mediocre manejo internacional y dudosa capacidad intelectual, pero con un apoyo cerrado del estado profundo y del Hollywood artístico, puede —sin lugar a dudas— ganar las próximas elecciones del país de las barras y estrellas.
Pero en estas luchas electorales siempre surgen imprevistos. La renuncia de Robert Kennedy Jr. a su candidatura independiente, declinando a favor del impredecible Donald Trump, no solo llama la atención por los genes profundamente demócratas del renunciante, sino por lo dicho en su discurso de renuncia en contra del partido familiar: “Con los demócratas discrepo en las cuestiones más existenciales: la censura, la guerra y las enfermedades crónicas”, finalizando con un “ahora apoyo a Donald Trump”. Todo un golpe a la línea de flotación del partido que llevó a la presidencia a su tío, el recordado John Fitzgerald Kennedy. Está claro que este Kennedy no es políticamente correcto y que ese 5.5% de votación que, según encuestas, posee, en gran medida se endosará a los republicanos.
En el horizonte cercano está la sentencia que le impondrán a Trump el próximo 18 de septiembre. El juez de ascendencia colombiana y donante demócrata, Juan Marchan, veremos cómo el «Deep State» maneja esta variable. Si se deja llevar por el odio inconmensurable que le tienen al candidato republicano y lo terminan encarcelando, o son medianamente inteligentes y no lo convierten en mártir.
No se puede dejar de mencionar cómo las ideas del socialismo del siglo XXI calan hondo en Kamala Harris. Una especie de Cristina Fernández de Kirchner promete más emisión inorgánica, más ayudas, sobre todo control de precios y subir impuestos. En el país de las libertades y del mercado libre, hemos tenido que vivir todo este tiempo para escuchar estos despropósitos económicos de una posible presidenta de los Estados Unidos de América.
(*) Analista internacional