Colombia, un país bello y culto, no merece tener al presidente que tiene: una caricatura deslucida de un personaje mal construido de Macondo. El más reciente y penoso incidente internacional entre los Estados Unidos y la Colombia de García Márquez y Botero se debe exclusivamente al carácter díscolo, dogmatizado y, tal vez, sazonado con ingredientes espirituosos del inefable Gustavo Petro.
El contexto es el siguiente: Donald Trump llegó a la presidencia de la primera potencia del mundo con la intención de gobernar y cumplir lo que prometió. Una de esas promesas fue deportar a los inmigrantes ilegales, priorizando a aquellos que hubieran cometido delitos en territorio estadounidense. En una primera etapa, 160 colombianos fueron deportados en dos aviones rumbo a su país de origen, previa coordinación con Bogota.
Sin embargo, en pleno vuelo, siendo las 3:15 de la madrugada, al exmiembro del grupo terrorista M-19 y actual presidente de Colombia se le ocurrió la peregrina idea de negar el ingreso al espacio aéreo de estas dos naves. Las consecuencias no tardaron en llegar: Trump hizo sentir su fuerza. Primero, impuso aranceles del 25 % a los productos colombianos, y una semana después, amenazó con otro 25 % si la insensatez persistía. Cabe aclarar que la economía de Colombia depende en un 30% del comercio con Estados Unidos.
Es importante señalar que este tipo de deportaciones se ha llevado a cabo con regularidad desde siempre. En este siglo, por ejemplo, George W. Bush deportó a 10 millones de personas, Bill Clinton a 12 millones y Barack Obama a 5 millones. En comparación, las deportaciones de Trump, hasta ese momento, eran más retóricas de estilo «sheriff» del viejo oeste, que acción concreta. La magnitud de su política migratoria se vería a finales de ese año, aunque ya existían voces dentro de su administración que apuntaban a la meta de deportar un millón de personas al año.
Además, existen planes más ambiciosos, como encarcelar y deportar a miembros del Tren de Aragua, a prisiones de El Salvador bajo el rigor característico de Nayib Bukele. Esto, considerando que, si estas lacras sociales regresaran a Venezuela, lo más probable es que el narco dictador Maduro los deje en libertad.
Sin querer, el «burro amarrado» de esta columna le hizo un favor al «tigre»: ayudó a Trump a presentar públicamente, a pocos días de asumir la presidencia, sus intenciones y su forma de proceder. No hay juegos; Utilizará toda la fuerza que tiene a su disposición en lo que en su momento llamamos la «Política de los Soprano»: «Aquí mando yo, y se hace lo que yo digo».
En el horizonte, son muy pocos los que podrían opacar a este Donald Trump 2.0. Quizás el único que le quita el sueño sea el líder chino, Xi Jinping, capaz de sentarlo a negociar. Por ahora, China lleva la delantera en su red comercial y tecnología de punta, con su nueva inteligencia artificial le está quitando el sueño a todo silicón valley pero esa ya es otra historia.
(*) Analista internacional