(Desde Israel) No existe mejor ejemplo para ilustrar cómo la religión es parte de la vida política e institucional de un país que el Líbano. Un país con historia, como todo en Oriente Medio, milenaria y bíblica. Su capital, Beirut, con una arquitectura que por momentos te hace recordar a la Francia republicana con toques árabes. Después del Imperio Otomano, esta región pasó al control francés desde 1918 hasta 1946, pero ya en la época de los cruzados Francia tenía intereses en este enclave del Mediterráneo, tanto así que el idioma francés sigue siendo uno de los más utilizados, o uno de sus derivados, el «franbanés».
Le Grand Liban (Gran Líbano) gana su independencia en 1943 e instaura un sistema político único: el “confesionalismo”, donde la ideología política es un componente secundario; lo principal es el tipo de fe que se profesa, y en base a eso se forman los partidos políticos. Existen 18 sectas y 4 religiones principales: musulmanes sunitas, musulmanes chiítas, cristianos (siendo los principales los cristianos maronitas) y drusos. En el sur de la región, que es frontera con el Estado de Israel y tiene como límite natural el río Litani, la proporción de la población es de 70% chiítas, 15% sunitas, 10% cristianos y 5% drusos. Ahora se puede entender por qué Hezbolá domina con su fuerza paramilitar todo el sur del país.
Pero las curiosidades de este país sorprenden. Más importante que la constitución de la República Libanesa es el censo de 1932, que definió en ese momento los porcentajes de las confesiones y, por ende, su participación en la vida pública. Ese año, el resultado fue 55% de cristianos y 45% de musulmanes y drusos. Nunca más se volvió a hacer un censo, al menos oficialmente, para no romper ese delicado equilibrio.
En consecuencia, el presidente de la nación es cristiano maronita, elegido por dos tercios del parlamento con un mandato de 6 años; el primer ministro es musulmán sunita, elegido por el presidente en consulta con el parlamento; y el portavoz del parlamento es musulmán chiíta. En resumen, las autoridades se eligen directamente según la fe que profesan. Es por eso por lo que el censo de 1932 es inamovible.
¿Y qué de sus partidos políticos? Claro que los hay, y también se agrupan por la fe. El más conocido en Occidente es «Hezbolá» (Partido de Dios), musulmán chiíta, razón por la cual su mayor fuerza está en el sur del país. También existe el «Movimiento Libre Patriótico», de fe cristiana, que tiene una coalición con Hezbolá desde 2006; la «Alianza 14 de marzo», coalición de partidos anti-sirios, cristianos y sunitas; y el «Movimiento Amal», musulmán chiíta, cuya base de operaciones está en la histórica ciudad de Tiro.
El gran teatro de Oriente Medio presenta esta obra de guerra, traición y envidia, donde la religión y la política van de la mano. Sería tan bueno que la religión, en esta parte del mundo, se alejara y se quedara dónde debe estar: en las iglesias, en las sinagogas, en las mezquitas. Como dijo alguna vez Jesús de Nazaret: «Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.»
(*) Analista Internacional