Vivimos tiempos recios, en los que el tablero geopolítico está en constante movimiento, donde la globalización y la tecnología acercan al mundo y las alianzas entre grandes potencias y países del hemisferio sur hacen nuestro entorno especialmente relevante. En este contexto, las envidias resurgen, y la mirada inquisitiva hacia el vecino se convierte en una constante.
En un mundo tan incierto, y en un país tan rico en materias primas y en ubicación geográfica como el Perú, es fundamental contar con unas fuerzas armadas con capacidad de disuasión. En especial, la Fuerza Aérea desempeña un rol crucial. Lo vemos en los conflictos bélicos alrededor del mundo: la guerra en Ucrania, el conflicto en Medio Oriente y la convulsión en África. Una fuerza aérea con capacidad para defender y contraatacar es primordial. La situación mundial no es nada amigable: Estados Unidos enfrenta un futuro incierto, pendiente de la próxima elección del 5 de noviembre, que decidirá si inicia un proceso de cura de un progresismo que muchos consideran corrosivo para su sociedad. En Medio Oriente, la guerra resalta la importancia de estar alertas a la presencia de grupos terroristas como Hezbolá, que trafican armas, drogas, lavan dinero y comercian oro, con el apoyo de la República Islámica de Irán. La presencia de chiitas en Bolivia está confirmada a través del tratado de fronteras y asistencia bélica firmado por ambos países, lo que en la práctica convierte a Irán en un vecino. Esta potencia islámica también tiene presencia en Venezuela, Nicaragua, Cuba, Panamá y recientemente el gobierno argentino ha revelado la identidad del representante del grupo terrorista Hezbolá en Hispanoamérica, Hussein Ahmad karaki, responsable del reclutamiento y operaciones terroristas.
El Perú enfrenta retos internos y externos, pero también tiene un futuro prometedor. La inauguración del puerto de Chancay en el marco de la APEC posicionará a nuestro país como un HUB internacional de primer nivel. Todo esto refuerza la afirmación de que nuestra Fuerza Aérea necesita modernizarse. Actualmente, contamos con equipos de hace 40 años y solo 12 aviones de combate operativos, lo que representa una invitación para amenazas externas e internas. Las alternativas son diversas, y la decisión que tomen los expertos será la más adecuada. En este tipo de adquisiciones, la transparencia es fundamental, así como la transferencia de tecnología. La experiencia con Corea del Sur y el acuerdo firmado con el SIMA, a través de su empresa emblema Hyundai, podría servir de modelo para futuras adquisiciones; comprar y aprender es esencial.
Tienen que ser aviones de quinta generación. En la lista de opciones destacan la empresa sueca SAAB (investigada por corrupción en una venta en Brasil en 2014), la colaboración de la Fuerza Aérea con Korea Aerospace para la producción de piezas del caza ligero KAI FA-50, y finalmente el Dassault Rafale, un avión que podría garantizar la capacidad de disuasión que estamos buscando. Debemos aprender de nuestra historia: los errores del pasado, nunca más.
(*) Analista Internacional