La implosión de Siria ha puesto en escena a un viejo actor de la geopolítica mundial. Entendamos que nunca se fue; siempre estuvo tras bambalinas. Sin embargo, en este nuevo y dramático momento que vive el mundo, se ha presentado como un gran jugador en esa compleja escena de odios, medias verdades, rencores e intrigas llamada Medio Oriente. Me refiero a Turquía y a su líder, Recep Tayyip Erdogan, uno de los grandes ganadores de los acontecimientos recientes.
Herederos del gran Imperio Otomano (1299-1922), que en su momento controló y dio equilibrio con puño de hierro a esta idílica y tribal zona del mundo, todos los estudiosos coinciden en que la caída del Imperio Otomano, tras la Primera Guerra Mundial, y la posterior administración nefasta de franceses e ingleses contribuyeron al caos que hoy impera.
Turquía juega entre dos mundos con mucha facilidad: entre Occidente y Medio Oriente. Eternos postulantes a la Unión Europea, socios de los Estados Unidos, miembros de la OTAN, amigos de dictaduras como la venezolana y compañeros de musulmanes sunitas radicales (casi el 98% de la población turca es sunita), deberían ser un puente entre ambos mundos. Sin embargo, sus ambiciones de revivir la grandeza imperial suelen imponerse.
La incursión en Siria, con el apoyo de sus aliados qataríes —socios en el proyectado gasoducto que partirá de Qatar, atravesará Siria y llegará a Turquía— busca convertir a este país en un centro de distribución de gas para toda Europa. “Poderoso caballero es don Dinero”. Este megaproyecto era imposible con el dictador Bashar al-Assad en el poder, protegido por Rusia e Irán, ambos de mayoría chiita. Con este golpe estratégico, Turquía consigue tres efectos cruciales:
- Podrá hacer realidad su negocio de gas.
- Sacar de escena a Irán (chiita y enemigo natural de los sunitas), un competidor nato en Medio Oriente.
- Abordar el grave problema de los más de 4 millones de sirios y kurdos refugiados dentro de su territorio, con la posibilidad de crear un nuevo país: el Kurdistán, en el noroeste de Siria e Irak.
Cabe precisar que los kurdos son apoyados por Estados Unidos e Israel, por lo que la creación de un estado kurdo está sobre la mesa.
¿Qué no debería hacer Turquía?
Turquía no debería poner en práctica el discurso reivindicatorio de revivir el «Imperio Otomano» ni entrar en confrontación con Israel. Algunos líderes como Erdogan parecen sentirse con derechos históricos sobre esta región y aspiran a reemplazar a Irán como líder de un eje político nefasto malvado y retrogrado, pero esta no es una buena idea. Pasar de presidente a «sultán» no solo sería anacrónico, sino descabellado
El juego turco de ser amigo de Dios y del Diablo es extremadamente peligroso. De aquí en adelante, Erdogan deberá saber tocar las teclas correctas si no quiere que el polvorín de Medio Oriente estalle en sus manos.
(*) Analista internacional