La Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) que tiene lugar esta semana en Nueva York ofrece una nueva oportunidad para preocuparnos. No se trata únicamente de las guerras en curso, sino que la conjunción de factores que hacen de este mundo un torbellino.
A juicio del secretario general de la ONU, António Guterres, nos encontramos en una era de transformación épica que plantea desafíos que nunca antes hemos visto y que exigen soluciones globales. Admite que no podemos seguir viviendo en el estado de convulsión actual, pero tiene la convicción que los problemas se pueden solucionar. Sin embargo, a su juicio, para alcanzar ese punto es necesario confrontar tres tendencias principales que marcan la coyuntura actual: impunidad, desigualdad e incertidumbre. Corrientes interconectadas que, a su vez, colisionan entre sí.
Explica que en un sistema que transita hacia el multipolarismo existen espacios geopolíticos que organizaciones gubernamentales y no gubernamentales buscan llenar, haciendo lo que quieren, sin rendir cuentas a nadie. En este contexto, propone reforzar la institucionalidad para enfrentar la impunidad, reafirmando la Carta de la ONU respecto del derecho internacional, respaldar e implementar las decisiones de las cortes internacionales y reforzar los derechos humanos.
Por otra parte, observa la desigualdad en términos genéricos, como una cuestión de poder con raíces históricas. Pero tan real, que se manifiesta en diversidad de ámbitos que van desde la arquitectura financiera mundial a los espacios en que el abuso campea desde la discriminación, sea por género, raza u origen social. ¿Qué podemos esperar de un planeta en que el 1% de la población posee el 43% de los recursos financieros? Naturalmente se hace notar la resistencia de quienes ostentan el poder político y económico al momento de implementar las reformas necesarias para nivelar la balanza.
El tercer motor es la incertidumbre, que se compone de dos amenazas existenciales: crisis climática y el vertiginoso avance de nuevas tecnologías. Existe una serie de mecanismos y soluciones para el primero, la piedra de tope es el financiamiento, sobre todo para el tercer mundo. En países de África, el costo de los problemas derivados del cambio climático alcanza hasta el 5% del producto interno bruto en la actualidad… y este es recién el comienzo. Por otra parte, la inteligencia artificial está en manos de un puñado de gente que progresa sin supervisión ni rendición de cuentas a nadie. Se trata de una tecnología que puede cambiar el panorama global en un lapso muy breve y provocar una fractura entre quienes la poseen y los marginados del sistema como consecuencia de sus avances.
Corresponde precisar que hasta aquí se presenta una síntesis interpretada del diagnóstico del señor Guterres. Sus observaciones parecen tan acertadas como preocupantes, dignas para una novela distópica. Preocupa que en el desarrollo de estas tendencias se encuentra el germen de la fragmentación. Su continuidad permite vislumbrar un reventón global, por eso el carácter de “insostenible”.
La ONU podría jugar un rol en este escenario, para direccionar las transformaciones del sistema global hacia el futuro que queremos. En particular respecto de la impunidad. Sin embargo, existe amplio espacio para poner en duda las capacidades reales que el organismo tenga para mitigar el alcance de las tendencias esbozadas. De hecho, ha demostrado lentitud para reaccionar y fallas de ejecución. Su virtud principal radica en la observación y elaboración de diagnósticos. La operación topa con intereses políticos o particulares de unos pocos. Pero es lo que tenemos y avanzará tanto como la estructura y sus integrantes lo permitan. Depende de cuanto estén dispuesto a romper el statu quo para enmendar el rumbo hacia lo insostenible. Ya veremos si la distopía será ficción o documental.