El nivel de comunicación generalizado ha dejado de lado muchas veces por diversos motivos la verdad. Me parece terrible como la opinología usa y abusa, por ejemplo, del PBI, que tiene enormes restricciones para medir bienestar como lo señaló hace años su propio creador, el premio nobel 1971 Simon Kuznets.
Permítanme una digresión. El 3 de diciembre de 1967, el médico sudafricano Christian Barnard realizó el primer trasplante de corazón de una joven oficinista de 25 años que falleció al ser atropellada.
El receptor Louis Washkansky, de 56 años, desahuciado por un irreversible problema cardíaco fue operado por veinte cirujanos a las órdenes de Barnard y ello duró nueve horas.
Todo iba bien, pero a los 18 días murió de una neumonía. El 2 de enero de 1968, tuvo lugar el segundo trasplante a Philip Blaiberg.
Quien vivió 563 días más. De allí esta técnica se ha popularizado. Pero alguien le preguntó a uno de los receptores que cómo había cambiado con un corazón ajeno. Y la respuesta fue contundente.
En nada. Pero a pesar de ello, el corazón sigue siendo OK para expresar sentimientos de diversos tipos y se le considera un órgano que lidera a los seres humanos, lo cual es absolutamente falso.
El economista Simon Kuznets, premio nobel en 1971 de economía, quería encontrar la manera de medir la misma. Hasta entonces, se habían hecho muchas estadísticas, es decir cuántos kilómetros de vías férreas, la cantidad de hierro producido, etc., pero nadie había intentado unirlas.
Pero estalló la Segunda Guerra Mundial y el economista británico John Maynard Keynes dijo: ‘No necesito saber cuánto bienestar hay, porque estamos en una guerra y eso no es bueno para el bienestar. Lo que necesito saber es cuánto puede producir la economía y cuál es el mínimo indispensable que la gente necesita consumir, para saber cuánto sobra para financiar la guerra'».
Después de la guerra, Estados Unidos necesitaba saber cómo le estaba yendo a los receptores de la ayuda que daba para la reconstrucción, por lo que todos comenzaron a usar el PBI.
«Esa iniciativa angloamericana se extendió gracias a las Naciones Unidas y se convirtió en el estándar global». Simon Kuznets, sin embargo, no estaba muy orgulloso de lo que había ayudado a crear.
«No estaba de acuerdo y fue muy claro al respecto. El PBI resultó ser muy distinto a su intención original: una medida de bienestar económico terminó siendo una medida de la actividad en la economía».
La diferencia es que hay muchas cosas en la economía que no son buenas para la sociedad, pero sí para la economía. Por ejemplo: si hay más crímenes se le paga más a los abogados y a la policía, y eso cuenta en el PBI. Es men rigor, un agregado síntesis de toda la actividad humana en un número, sin decir nada sobre la distribución. Es un mito del bienestar.
Pasa ahora con la inflación subyacente, que ha asumido hace años la FED, como complemento al índice de precios al consumidor, sacando la energía y los alimentos estacionales de su cálculo.
Pero resulta que ahora la suba de los alquileres y la de los autos de 2da mano por la pandemia trastocó el índice.
Y hay más, mucho más, como que las manufacturas son OK y exportar minerales brutos es lo peor. Esto y todos los problemas que conlleva el ambiente, el cambio climático y las enormes empresas financiadas por las Opas de las bolsas con enormes numerarios que deviene de la crisis 2008, hacen que uno no pueda referir a la economía a los indicadores macro; muchos de ellos obsoletos y sin sentido alguno y menos para comparaciones.