Por: Fernán Altuve / El pensamiento conservador en el Perú (II)

por | Jun 19, 2020 | Sin categoría

Por: Fernán Altuve Febres / Haciendo uso de este marco teórico para nuestro país podemos apreciar la presencia tanto a pensadores tradicionalistas (ideario contrarrevolucionario) con figuras que se remontan a las Cortes de Cádiz como Blas de Ostolaza, al fidelismo de la emancipación como Matheo Joaquin de Cossio, el monarquismo de jose Ignacio Moreno durante protectorado o el ultramontanismo valiente de Manuel Teodoro del Valle. Un segundo espacio reunió a pensadores Moderados (ideario conservador) quienes aceptan algunas ideas del liberalismo posterior a la revolución francesa como José María de Pando y su discípulo Felipe Pardo y Aliaga, de un Miguel del Carpio (1795-1869) y el inicial Bartolomé Herrera hasta su viaje a Roma y su opción por él ultramontanismo. Finalmente hubo un tercer espacio bonapartista (ideario cesarista) con pocos pensadores pero muchos actores donde destaco Benito Laso, Manuel Bartolomé Ferreyros o José Gregorio Paz Soldán.

En términos exactos, la polémica de 1846 Durante la Presidencia de Ramon Castilla (1845-1851) entre Benito Laso y Bartolomé Herrera fue un debate entre conservadores, unos del ala cesarista que defendían la “soberanía popular” como escenario idóneo para un bonapartismo y el ala institucionalista que buscaba crear una elite eficaz de gobierno con la fórmula de la “soberanía de la inteligencia”.

En las elecciones de 1851 se enfrentó a las fuerzas conservadoras tras dos candidaturas, la de José R. Echenique (1808-1887) y la de Manuel Ignacio Vivanco (1805-1874) división que causo cuatro años de guerra civil primero con la revolución liberal de 1854-1855 y luego con la contrarrevolución conservadora de 1856-58.

La Constitución de 1860 curó las heridas entre los llamados “azules” y reunió a los conservadores liderados por Herrera y a los regeneracionistas de Vivanco con los sectores cesaristas liderados por Ramon Castilla, con lo que se obtuvo el predominio político durante una década más. Pero para el decenio iniciado en 1862 la mayoría de los héroes de la emancipación se había extinguido y la legitimidad de los caudillos ya no sería aplicable a los héroes menores; estos últimos eran militares mientras que los anteriores habían sido guerreros. Fue entonces cuando el liberalismo y el jacobinismo se reorganizaron tras el postulado de un régimen puramente civil, idea que se concretó con Manuel Pardo (1834-1878) después de la sangrienta asonada de 1872.

Con el partido civilista llego la llamada Republica Práctica y con ella su nuevo pensamiento: el positivismo. Una nueva generación intelectual se incorporó con estas ideas las cuales difundieron figuras de la filosofía comtiana como Alejandro Deustua (1849-1945), la sociología spenceriana como Mariano H. Cornejo (1866-1942) o la misma literatura modernista como José Santos Chocano (1875-1934)

Entre 1870 y 1900 los partidos tendrían programas vagos y poco doctrinarios quedando estas discusiones solo en esporádicas querellas entre los defensores del libre pensamiento y los ultramontanos. En esos años aparecieron dos fuerzas conservadoras el Partido Constitucional fundado en 1884 por el General Andrés A. Caceres (1833-1923) tras la Guerra con Chile sostuvo el legado patriótico de Ramón Castilla y su más ilustre dirigente fue Manuel Irigoyen el discípulo predilecto de Bartolomé Herrera. El Otro fue el Partido Demócrata de Nicolás de Piérola (1839-1913) heredero del legado de Manuel Ignacio Vivanco y donde destacaba entre sus líderes más conspicuos José Antonio de Lavalle, discípulo e hijo político de Felipe Pardo y Aliaga.

La aparición en 1900 del Ariel de Rodo trajo a hispano América una reacción espiritualista frente al materialismo positivista y con ella llego una nueva generación “arielista” que en el Perú tuvo tres formidables exponentes Francisco García Calderón (1883-1953), José de la Riva Agüero y Osma (1883-1944) y Víctor Andrés Belaunde ( 1885-1966). En la obra de cada uno de ellos volverán a aparecer en el Perú las tres herencias o legados de “lo conservador” así el cesarismo democrático será una preocupación constante de Garcia Calderon desde su exilio en Paris, la reacción peruanista la aspiración de un Riva Agüero próximo al incienso de Roma y la instauración de un reformismo cristiano el anhelo para Belaunde.

II . El poder sin ideales

La muerte de Victor Andres Belaunde en 1966 puso fin no solo a una generación que había dedicado toda su existencia a pensar y servir al Perú sino también al esfuerzo que esa generación idealista había realizado desde 1930 por evitar que el país se viera arrastrado en al materialismo sea radical o burgués. El mismo Belaunde había dicho que la elección presidencial de 1931 entre el candidato Luis Sanchez Cerro de claras simpatías fascistas y el partido de Haya de la Torre, el APRA, de un izquierdismo extremista era la elección entre “un loco y una locura”.

En 1930 había aparecido una nueva realidad socio política que quedo representada por tres fuerzas o poderes fácticos, a saber: las incipientes masas obreras a las que se sumaría la empobrecida clase media en ese conjunto manual e intelectual que dio origen al “Aprismo”; las elites provincianas y los remanentes de la burocracia que se reunieron tras el “Ejercito” como expresión del único poder nacional; y en tercer lugar una preeminente “Oligarquía” que retornaba aglutinando a los intereses del comercio urbano y de los grandes terratenientes después de una década de afrentas por parte de aquel cesarismo de Leguia al que tanto había cantado el poeta Santos Chocano.

Como se puede apreciar a lo largo de treinta años la escena política del Perú (1933-1968) estuvo determinado por la actuación de tres grandes protagonistas a los que se tuvieron que someter los idearios: un “partido” (El Apra), un “super-partido” (El Ejercito) y un “extra-partido” (La Oligarquía). El primero actuaba en la llamada Casa del Pueblo en la Avenida Alfonso Ugarte, el segundo deliberaba desde el Ministerio de Guerra en la Avenida Arequipa y los terceros reunidos en el Club Nacional de la Plaza San Martín dirimían entre los anteriores.

Por esto último fue la Oligarquía la que pudo consolidarse en el vértice de la pirámide del poder en virtud a dos hechos: el fracaso de la revolución de Trujillo en 1932 y el crimen de un auténtico caudillo del pueblo como Sánchez Cerro. Estos hechos adversos impidieron que cada una de las fuerzas populares pudieran consagrar su respectivo proyecto nacional. Es así como a partir de 1933 se instauró un Régimen Oligárquico que llegó escondido tras la capa del General Benavides (1933-1939) quien nunca encarnó al militarismo como creen algunos sino que en realidad siempre fue “un civilista con uniforme”.

Continuará.


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