22 de diciembre de 2025

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Por: Jack Gomberoff / “El progresismo peruano celebra la victoria de Zohran”

Jack Gomberoff

Por: Jack Gomberoff

Ayer se confirmó la victoria de Zohran Mamdani como 111.º gobernador de Nueva York. Mamdani, nacido en Uganda, representa al Partido Demócrata y —qué duda cabe— es miembro de la organización Socialistas Democráticos de América (DSA). Este perfil explica por qué un diario como el New York Post lo retrató con un martillo y una hoz para anunciar su triunfo en la alcaldía neoyorquina.

Lo curioso no es que Mamdani sea de izquierda, ni siquiera que haya obtenido la ciudadanía estadounidense recién en 2018. Lo verdaderamente inquietante es que en un estado que juró no olvidar los atentados perpetrados por terroristas yihadistas e islamistas, hoy se premie con el voto a un candidato con rasgos ideológicos —cuando menos— inquietantemente similares.

Por mencionar solo un par: Mamdani es musulmán, apoya el movimiento BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), es un antiisraelí declarado y un judeófobo que se ha negado a condenar el término “Globalize the Intifada”, y ha mostrado públicamente su simpatía hacia Hamás, tanto en actos nacionales como internacionales.

Celebrar en el Perú al movimiento terrorista islámico Hamás equivale a vanagloriar a Sendero Luminoso.

Ambos han asesinado civiles inocentes, ambos han utilizado el terror como herramienta política y ambos representan el odio como ideología. Quien los defiende o justifica, sea desde la comodidad de un café o desde una cátedra universitaria, ha perdido toda brújula moral.

Más allá de sus posturas ideológicas, lo verdaderamente perturbador es lo que su victoria revela fuera de Estados Unidos: la aparición de una de las peores especies locales, los pseudo-influencers y progresistas de manual que salen de sus madrigueras digitales para celebrar desde su cómodo privilegio el triunfo de un socialista extranjero.

Aquellos que, desde la libertad económica que critican, celebran victorias comunistas como si fueran propias.

Aquellos que encarnan la contradicción que aún nos persigue:

Si tanto aman a Cuba, Venezuela o México, ¿por qué no se van a vivir a su paraíso ideológico?

De nuevo, lo que esto muestra es algo profundamente enfermizo: celebrar la victoria de un político solo porque encarna tu resentimiento.

En los comentarios de esta fauna se lee, con una mezcla de ingenuidad y bajeza: “Esperando con ansias las elecciones del 2026” o “al fin una buena noticia en el mundo”.

Estos pseudo-intelectuales de izquierda, probablemente desde un café en Barranco por el que pagaron más de lo que hace sentido, sueñan con votar por su propio “Zohran” en el Perú —su versión local del caos disfrazado de justicia social.

El progresista promedio peruano no entiende —o no quiere entender— que detrás de esos discursos de “igualdad” y “resistencia” se esconde el mismo veneno ideológico que ha destruido naciones enteras: odio a Occidente, odio al mérito, odio a la libertad individual.

Y, para completar el absurdo, unen todas las causas bajo el falso eje de “opresor y oprimido”, siempre y cuando haya un blanco o un occidental a quien culpar; excepto, claro, cuando son árabes matando árabes, porque ahí el silencio les resulta más cómodo que la coherencia.

Esto no es una lucha de clases: es una guerra de resentimiento social, disfrazada de justicia moral.

Celebran el extremismo ajeno porque lo confunden con autenticidad, y desprecian el equilibrio porque les resulta aburrido.

Los “revolucionarios” de café y los “guerrilleros” de iPhone terminan adorando a quien encarna la “lucha” desde un penthouse en Nueva York.

Eso no es pensamiento político: es una patología moral.

La llamada “justicia social” no es más que una barbaridad que pretende arrebatarle al que se esforzó bajo la máscara de una bondad inexistente.

El Perú no necesita su propio “Zohran”.

Necesita memoria, lucidez y el coraje de no repetir los errores de quienes aplauden su propia ruina.

Porque los ideales que hoy celebran han dejado sangre en nuestras calles y ruina en nuestras provincias.

Reivindicarlos a través de figuras extranjeras solo demuestra que, o no hemos aprendido nada, o todavía no los hemos derrotado.

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