Por José Rodríguez Elizondo / Chile se dispara a los pies

por | Abr 5, 2022 | Opinión

¿Hubo alguna vez un asesor en temas geopolíticos y otro en temas  de política exterior, en los debates de la comisión que aprobó la plurinacionalidad de Chile?

“Los gritos del género humano claman contra los inconsiderados y ciegos legisladores, que han pensado que se pueden hacer impunemente ensayos de quiméricas instituciones”. 

Simón Bolívar, inaugurando el Congreso de Angostura, 15.2.1819.

A toro pasado, como dicen los españoles, está claro que el Presidente Gabriel Boric se apresuró al proponer relaciones diplomáticas plenas a Luis Arce, su homólogo boliviano. Lo hizo en modo cariñoso y de buena fe nacional, pues ya había declarado que la soberanía chilena no era negociable. Sin embargo, el tema de fondo es otro: si estaba o no informado sobre el pensamiento de Arce respecto a ese tema estratégico.

Lo planteo así, porque alguien debió advertirle que, hace pocos meses, en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, el Presidente boliviano advirtió que su país no renunciaba a su “derecho irrenunciable” a una salida soberana al mar. Ni siquiera mencionó que la Corte Internacional de Justicia, organismo judicial de la misma ONU, había rechazado que Chile estuviera obligado a proporcionársela. 

Era previsible que, apuntando a su propia opinión pública, Arce aprovecharía la propuesta de nuestro Presidente para condicionarla a la previa cesión de soberanía y sostener el tema en su agenda propia. Además, había precedentes cercanos. Durante su gobierno, Ricardo Lagos fue claro, pero  no cariñoso, cuando ofreció relaciones diplomáticas “aquí y ahora” a su homólogo boliviano Carlos Mesa. Este, por cierto las condicionó a la previa cesión de litoral chileno. Evo Morales creyó que, por ser el primer Presidente indígena de Bolivia y Michelle Bachelet la primera mujer Presidenta de Chile, iba a tener  éxito en el mismo empeño. Sólo consiguió que la Presidenta aceptara instalar el tema del mar como punto conversable. Sebastián Piñera, antes de asumir, dejó en claro que ese punto conversable no podía implicar cesión de soberanía. Entonces, la relación diplomática no sólo siguió interrumpida. Morales desconoció la validez del tratado de 1904, creó un clima de franca agresividad y terminó demandándonos ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ).

Por lo demás, esa parálisis diplomática es casi centenaria. Se remonta a 1929, año en que Chile y el Perú  firmaron el tratado de límites que garantiza su contigüidad territorial. El mismo instrumento que un expresidente boliviano bautizara como “de la llave y el candado”. A partir de ahí, el empeño de Bolivia se ha centrado en romper ese cerrojo, para tener un pie soberano de playa en Arica. Sus gobiernos han actuado como si su aspiración marítima fuera bilateral, soslayando que incidía sobre un territorio que fue peruano antes de la Guerra del Pacífico. Por parte chilena, salvo un riesgoso “pestañeo” en 1949-1951, los gobiernos han reconocido el interés del Perú, planteando soluciones alternativas o solicitando la previa anuencia peruana, en el marco del tratado de 1929.

Límites de la ambigüedad

Tan llamativa configuración diplomática fue explicada, en 2001, por el excanciller chileno Carlos Martínez Sotomayor. Entrevistado por Cristián Zegers para una publicación de la Academia de Ciencias Sociales, dijo, en presente del indicativo, que cada presidente que llega, en su entusiasmo por tener buenas relaciones diplomáticas con todos sus vecinos, choca con que esa relación no existe con Bolivia. Entonces, para adjudicarse el punto, sus diplomáticos son ambiguos respecto al tema del mar, “sin precisar desde el primer instante que no se incluye”. Así, crean “expectativas infundadas” en sus interlocutores bolivianos y empieza un tira y afloja sobre soluciones alternativas.  Eso, hasta que los chilenos aclaran que no pueden ceder soberanía y los bolivianos  invocan un compromiso que nunca existió. En definitiva, el diálogo languidece, fracasa y, eventualmente, muta en actitudes beligerantes.   La conclusión de Martínez Sotomayor es expresiva: habría sido mejor no iniciar ese tipo de diálogo, pues deja peor la relación bilateral y “cuesta años, a veces más de un decenio, volver a retomarla”.

¿Y por qué nuestra Cancillería no ha explicado eso con la misma claridad?

Pues, porque hablar claro no es una especialidad diplomática y porque la ambigüedad parece útil en términos de la relación trilateral.  Es lo que explica el afán por definir el problema como “bilateral” y la existencia de una minoría de chilenos que pide “mar para Bolivia” o propone soluciones “imaginativas”, ignorando las limitaciones internacionales y geopolíticas del país.

En Bolivia, es lo que consolida el irredentismo promovido desde la enseñanza escolar, que algunos de sus gobernantes tratan de internacionalizar dentro y fuera de la región.  Morales fue más allá, incluso, desconociendo el tratado de 1904 e imprimiendo ese negacionismo en su Constitución de 2009. Sobre esa base, judicializó su “derecho irrenunciable” a territorio y mar chileno e, incluso, llegó a la amenaza de “recuperación” violenta.

Visto así, con perspectiva histórica y mirada prospectiva, estaba claro que el rotundo fallo favorable a Chile de la CIJ no liquidaría la aspiración  maximalista de los seguidores de Evo Morales. 

La nueva estrategia

La respuesta a Boric de su homólogo boliviano comprueba que la mayoría de los conflictos con fondo estratégico exceden las posibilidades del Derecho y, por tanto, la capacidad de los abogados litigantes.

Si se añade que el caso Silala puede terminar con un nuevo fallo disgustante para Bolivia, parece claro que el gobierno de Arce no perseverará en la estrategia judicial ni en un retorno al diálogo bilateral. Más bien indica que ya está en ejecución una estrategia distinta, también liderada por Morales: se trata del proyecto Runasur, que comprometería la zona aymara de Chile, Argentina y el Perú, en paralelo táctico con el incremento de la autonomía mapuche en la zona del “Wallmapu”, que comprende territorios de Chile y Argentina. 

Es una estrategia transnacional, con base en una América Latina indigenista y plurinacional, que desconsidera a los Estados soberanos y cuyas tesis principales fueron elaboradas por el exvicepresidente boliviano Álvaro García Linera. “En el Estado Plurinacional, los indígenas son la fuerza motriz en la construcción del Estado” y “ninguna Constitución fue de consenso”, escribió en un libro que presentó en Chile en 2015.

Morales quiso inaugurar este proyecto en diciembre pasado, en el Cusco, emblemática sede del imperio inca, ante dignatarios indígenas de países andinos, con la tácita anuencia del Presidente Pedro Castillo. El evento fracasó, porque los más prestigiosos excancilleres y vicecancilleres peruanos, encabezados por Allan Wagner, lo denunciaron como atentatorio contra la soberanía, dignidad e integridad territorial del Perú. Luego, una comisión del Congreso peruano declaró a Morales “persona non grata” y, en la reciente petición de vacancia del Presidente Castillo, estuvo inscrita la acusación de “traición a la patria”.

Según los destacados diplomáticos denunciantes, Runasur contemplaba desmembrar al Perú, para conformar una  nación aymara como extensión territorial boliviana, con acceso soberano al Océano Pacífico. Pese a tan grave acusación, poco después el Presidente Castillo adhirió, en pantalla (CNN española), al lema boliviano “Mar para Bolivia”. Esto produjo conmoción interna, pues se dedujo que estaba ofreciendo mar peruano. Entonces, en otro gesto sorprendente, la vicepresidenta Dina Boluarte explicó que no se trataba del mar de Grau.

Implícitamente, se trataba del mar chileno.

Colofón

Lo asombroso, desde la perspectiva chilena, es que lo anterior no haya sido informado y/o destacado por los medios y que no exista una orientación oficial al respecto. Y no es por déficit de inteligencia ni de información. En nuestra revista universitaria Realidad y Perspectivas (RyP) analizamos ese notable episodio cusqueño y advertimos, desde octubre pasado, que la eventual definición de Chile como Estado Plurinacional afectaría sus poderes externos. Eso que los expertos denominan soft y hard power, para que los entiendan.

Más sorprendente, aún, mientras la estrategia de Morales iniciaba su andadura decembrina en el Cusco, la Convención Constitucional aprobaba, formalmente, la mutación de nuestro Estado-nación unitario  en un Estado plurinacional, compuesto por naciones autogobernables, con autonomías territoriales. Contribuía, por tanto, a debilitar nuestra estatura estratégica, como si Chile fuera un país-taza-de-leche, sin conflictos internacionales.

Por eso, como el tema da para un libro -artefacto hoy casi fuera de uso-, opto por cortar aquí la columna, con una pregunta, dos citas de coyuntura y (que se me excuse) una autocita funcional.

La pregunta:

¿Hubo alguna vez un asesor en temas geopolíticos y otro en temas  de política exterior, en los debates de la comisión que aprobó la plurinacionalidad de Chile?

Primera cita coyuntural:

“Saludamos con gran alegría en el corazón la decisión de la Convención Constitucional de Chile de declarar a ese país hermano como Estado Plurinacional e Intercultural. Lo plurinacional garantiza la unidad de originarios milenarios y contemporáneos para enfrentar la adversidad».

Evo Morales, 28.1.2022

Segunda cita coyuntural:

«¡Chile es plurinacional e intercultural! La sabiduría y claridad revolucionaria de los pueblos del Abya Yala se extiende y abre más el camino para la integración real”

Luis Arce. 28.1.2022

Autocita:

“En la hipótesis de (…) un Estado plurinacional, con símbolos nacionales diversos, Chile dejaría de ser el actor nacional unitario que define la Ciencia Política. Por añadidura, su diplomacia de Estado, con todas sus imperfecciones, mutaría en una ideologizada ‘diplomacia de los pueblos’. Esa que han intentado diversos regímenes autoritarios en América Latina”

Texto en Anales del Instituto de Chile, Vol. XL, diciembre 2021.


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