El Perú se encuentra ante una grave encrucijada. Por un lado, en el gobierno se ha estrenado la segunda fase del desastre castillista, por otra la posibilidad de un adelanto de elecciones en el momento actual no soluciona nada y por último la amenaza terrorista es creciente.
Algo evidente y que no se puede soslayar es que Dina Boluarte es comunista. Que sobre ella pende la acusación de haber sido la cajera de Cerrón, que su posición siempre fue en favor de la asamblea constituyente y que fue vicepresidente y ocupó una cartera ministerial durante todo el corrupto régimen de Castillo, siempre en silencio ante las tropelías y la rapiña de ese gobierno.
Las mieles del poder y el aburguesamiento propio de quien ni en sus más afiebrados sueños imaginó ser presidente, la han hecho bajar el tono de su discurso. Lejos quedó la que en campaña amenazaba a la clase “acomodada limeña” con desaparecerla.
Sin embargo, nadie es capaz de abandonar de la noche a la mañana ideas, sentimientos ni resentimientos. Esa es la razón por la cual cuando dice enfrentar al terror lo hace tan débilmente. Esa es la razón por la que se pasa la vida pidiendo perdón. Su nostalgia de la otra orilla es enorme. Su corazón no está del mismo lado que las responsabilidades que le ha impuesto la historia.
Junto a ella opera con relativa solvencia Alberto Otárola. Un hábil cazador de oportunidades que creció a la sombra de Enrique Bernales y que es un experto en cambiar de camiseta.
Boluarte y Otárola son las dos caras de una moneda falsa. Su incapacidad en el gobierno y su condescendencia con la subversión, no tienen coherencia con su discurso. Son ellos los responsables del desborde de violencia, de la muerte de policías, de los bloqueos y del avance subversivo.
Sin embargo la idea de que un adelanto de elecciones será lo que, como una varita mágica solucione la crisis, es un grave error. No existen las condiciones para realizar elecciones. Si el país no es pacificado antes no es viable un proceso electoral. Menos aún con las actuales autoridades electorales.
Ante esto solo hay dos caminos. O Boluarte reacciona y deja en manos de las Fuerzas Armadas, sin ninguna restricción la pacificación nacional o simplemente reconoce que no está capacitada profesional, política, ideológica ni moralmente para conducir el país en este momento crítico. En ese caso su renuncia es lo adecuado.
No se puede perder más tiempo ni permanecer más inermes frente al terror. Si el estado no toma el control lo hará la población desesperada bajo el concepto de la autodefensa. Entonces todo será peor. Estaremos en la antesala de una guerra civil.