He dedicado buena parte de mi vida a la gestión cultural. He montado decenas de exposiciones, producido eventos, festivales y conciertos. Me he conducido durante décadas en el mundo cultural incluso internacionalmente. Sin embargo, nunca aceptaré que cuando colocan una ruma de basura o piedras en medio de la sala del más prestigioso museo, por obra de magia se conviertan en una obra de arte.
Gran parte del llamado arte contemporáneo y particularmente esos montajes llamados instalaciones, en que el artista puede llevar las piedras de su jardín, la basura de su baño o los vestidos de su abuela y que por el simple hechos de ser colocados en una sala de exposiciones o en un museo se convierten milagrosamente en arte, me parecen una verdadera estafa. Tiene absoluta razón Michel Onfray, cuando señala en su libro La fuerza de existir, que: “Las galerías de arte contemporáneo exhiben con complacencia las taras de nuestra época”.
La estafa empieza cuando el artista selecciona objetos comunes, cosas sin ningún valor, los “interviene” e “instala”, obviamente debe intentar ser transgresor, generar una atmosfera sorprendente o ingeniosa. Entonces al estar en un museo, tal exposición o tal bienal adquiere un valor que no tiene. Es decir, el entorno le da valor al contenido. A esta estafa se suman curadores y críticos que con un lenguaje que nadie entiende pretenden encumbrar una acumulación de desperdicios a la categoría de obra maestra del arte.
El dadaísta alemán Kurt Schwitters célebre por sus collages, dijo alguna vez en un exceso retórico que “Todo lo que escupe el artista, es arte”. Por su parte Piero Manzoni, artista italiano, en 1961 con la etiqueta «Mierda de artista» produjo 90 latas que contenían, según la etiqueta firmada por el autor, precisamente excrementos de artista. Contenido neto: 30 gramos. Conservada al natural. Producida y envasada en mayo de 1961, decía la lata. Todas fueron además numeradas y firmadas en la parte superior. Se trataba de una cáustica y demoledora crítica al mercado del arte convertido en un negocio absurdo, en el que por la sola firma de un artista se puede modificar el valor de cualquier cosa que pasará automáticamente a ser considerada arte. La última de estas latas que se subastó alcanzó un valor de 275,000 euros y aún se debate que hay realmente dentro. Un amigo de Manzoni reveló hace unos años que en realidad dentro había yeso. Nadie lo ha verificado por no abrir la lata y que pierda su valor.
El ejemplo de Manzoni pone en evidencia este aspecto del negocio del arte. Aspecto que muy pocos se atreven a denunciar para no ser excluidos de la argolla de los conocedores. No hay que olvidar que existe una élite bobalicona siempre dispuesta a tirar algunos millones para sostener esta farsa y lavar sus conciencias poniéndose de lado de expresiones contestatarias.
Todo esto lo menciono a raíz de observar lo expuesto en la Bienal de Venecia en la sala peruana con apoyo de El Comercio y la Fundación Wiese. Un montón de papeles viejos, escritos inconexos, recortes de diario pegados sin orden ni concierto, frases altisonantes y una serie de objetos, que si encontrara en mi casa echaría a la basura sin ningún reparo.