En su ensayo “The Intellectuals and Socialism” de 1949, Hayek define como «distribuidores de ideas de segunda mano» (second-hand dealers in ideas) a aquellos que no son necesariamente expertos originales o creadores de conceptos profundos, sino intermediarios que filtran, interpretan y difunden ideas ajenas al público en general. Según Hayek, caen en esta categoría periodistas, profesores universitarios, escritores, políticos, artistas y todos aquellos que influyen en la opinión pública sin ser los creadores o constructores de las ideas que promueven o auspician.
Hayek argumenta que los distribuidores de segunda mano son fundamentales en los conflictos entre visiones opuestas del mundo, como la del socialismo versus el liberalismo clásico, que hoy forman parte de lo que conocemos como las guerras culturales o batallas de las ideas. El avance del socialismo en el siglo XX, según él, se debió en gran medida a que los socialistas lograron captar el apoyo de estos distribuidores mediante narrativas utópicas y hasta atractivas, lo que les permitió moldear la opinión pública y ejecutar políticas incluso en entornos no socialistas. Así, explica Hayek, que ‘periódicos de propiedad capitalista’, universidades dirigidas por ‘autoridades reaccionarias’ y sistemas de radiodifusión propiedad de gobiernos conservadores, hayan influido en la opinión pública en la dirección del socialismo, impulsados por la convicción del personal.
Thomas Sowell refina un poco las ideas de Hayek en su libro “Intellectuals and Society” publicado sesenta años más tarde. Sowell define a los intelectuales como personas cuyos productos finales son ideas intangibles (en contraposición a profesiones que generan resultados prácticos y verificables, como ingenieros o médicos). Distingue dos grupos: un pequeño núcleo que genera ideas originales, complejas y consistentes y una mayoría que actúa meramente como distribuidores de segunda mano totalmente libres de ‘accountability’ por el impacto real de las ideas que diseminan. A diferencia de un ingeniero que aplica principios científicos complejos para diseñar o construir una máquina compleja, el intelectual en políticas públicas se limita a generar ideas en toda dirección, dejando su implementación a los burócratas, políticos o trabajadores sociales. Sowell lo equipara a una ‘ingeniería social’ totalmente desconectada de la realidad.
Para contrarrestar esto, Hayek insta a los defensores de la libertad a crear un ‘programa liberal utópico’ que apele a la imaginación de estos distribuidores, convirtiendo la construcción de una sociedad libre en una aventura intelectual que gane terreno en la guerra de ideas. En contextos contemporáneos, especialmente en círculos liberales y conservadores de habla hispana, este concepto se ha adaptado a las ‘guerras culturales’ modernas contra el progresismo, el populismo o el wokismo.
En el Perú, este fenómeno ha sido muy evidente en algunos episodios recientes. Dentro de 50 años, quien escriba la historia del rol nefasto de los distribuidores de segunda mano durante el gobierno de Martín Vizcarra (2018-2020) deberá primero superar el asco. Aquellos 961 días no representan lo más brillante del siglo XXI peruano, sino uno de los capítulos más vergonzosos, comparable solo a las traiciones e intrigas de la Guerra del Pacífico, como quizá señalaría Manuel González Prada.
Muchos periodistas, académicos, científicos y figuras culturales actuaron como intermediarios de manera impune difundiendo sesgadas narrativas inspiradas en razones corruptas. Muchos de aquellos, desde sus columnas de opinión hasta las aulas universitarias, promovieron ideas utópicas sin ‘accountability’, contribuyendo a polarizaciones que beneficiaron a agendas locales oportunistas e ideologías foráneas.
Un ejemplo paradigmático fue el impulso -durante más de un año y durante dos gobiernos- del uso de pruebas serológicas rápidas para pretender diagnosticar la presencia del virus o la adquisición de una vacuna china sin estudios de fase 3, para enfrentar la pandemia Covid-19. Ello determinó un peligroso clima de inestabilidad política que culminó en muchas decenas de miles de muertos en exceso, una vacancia presidencial, protestas manipuladas, la posterior elección de un presidente carente de capacidades y el creciente debilitamiento institucional que nos aquejó hasta años después.
Hoy, en muchas universidades peruanas, las narrativas woke importadas de las universidades de EEUU promueven divisiones identitarias en nuestro país bajo el pretexto de justicia social, relativizan violencias pasadas y exacerban polarizaciones étnicas y de género. Para romper este ciclo en el Perú, necesitamos acciones concretas y urgentes para reformar la educación superior. Las universidades podrían implementar códigos éticos que exijan accountability intelectual, así como revisión por pares de currículos y sílabos para evitar sesgos ideológicos. Se podría: promover incentivos para programas que fomenten el pensamiento crítico liberal; penalizar académicamente la difusión de ideas extremistas que carezcan de evidencia; fortalecer medios independientes; apoyar legislación que proteja la libertad de expresión; exigir transparencia en financiamientos de medios y ONG; y otorgar fondos públicos para periodismo investigativo neutral que contrarreste a los ‘distribuidores’ alineados con agendas populistas.
Así, los líderes liberales y conservadores podrían crear centros de excelencia y plataformas digitales que generen narrativas atractivas sobre libertad económica y valores republicanos, apelando a la imaginación de periodistas y académicos jóvenes. Se podría incluir campañas educativas sobre el fracaso del socialismo en Venezuela, Bolivia y Cuba, adaptadas al contexto peruano. Ello permitiría exigir responsabilidad en la opinión pública. La sociedad civil, a través de organizaciones como la Defensoría del Pueblo, debería monitorear y fomentar debates públicos donde se mida los impactos reales de intelectuales que promuevan ideas destructivas sin consecuencias.
Solo actuando ahora, el Perú logrará evitar que estos distribuidores de segunda mano sigan moldeando un futuro inestable. Como advierte Sowell, las ideas intangibles tienen consecuencias tangibles; es hora de que nuestros intelectuales asuman esa responsabilidad y contribuyan a una aventura del intelecto por la libertad y la prosperidad.
(*) Biólogo Molecular de Plantas y Profesor de la Universidad Peruana Cayetano Heredia
(**) Biólogo Molecular y Congresista de la República.




