Andrés Manuel López Obrador (AMLO), presidente de los Estados Unidos Mexicanos, es un personaje político sui géneris, excéntrico, errático, fácil de embaucar.
Los peruanos, asimismo, damos fe sobre su contradictoria conducta pública, porque se entromete sistemáticamente en nuestros asuntos internos, al mismo tiempo que mantiene un deplorable silencio frente a las fechorías que cometen las dictaduras de Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Ante ellos no sólo calla sino que confraterniza, como lo hizo cuando recibió en palacio presidencial a los mandatarios de Cuba y Venezuela, Miguel Díaz-Canel y Nicolás Maduro.
En esa oportunidad (ni antes ni después) AMLO dijo una palabra sobre los centenares de cubanos presos por manifestarse pacíficamente demandando democracia a un régimen en el poder desde hace 62 años. Explicó su afonia o mutismo político manifestando “somos respetuosos de las políticas que se toman en otros países. No somos injerencistas”. Y , por supuesto, también abrazó efusivamente a Maduro, un siniestro personaje responsable de crímenes atroces registrados por las comisiones de derechos humanos de la OEA, Naciones Unidas y la Comunidad Europea, delitos que ahora investigan los fiscales de la Corte Penal Internacional.
Pero, en cambio, sí fue elocuente para entrometerse en la política peruana. Lo hizo cuando el Parlamento debatía una moción de vacancia contra Castillo, afirmando que este era víctima de discriminación. Castillo le habría dicho a AMLO, según refiere, que “en Lima, cuando voy caminando, paso y los pitucos se tapan la nariz” y, ademas, que intentaron impedirle “entrar al Congreso con su atuendo tradicional […] Me querían quitar el sombrero, que yo no entrara a la Cámara de Diputados (Congreso) con sombrero”.
Hace pocos días, sin embargo, AMLO volvió a la carga injerencista defendiendo al gabinete Valer, manifestando que “si Castillo hizo cambios hace unos días, de inmediato surgieron demandas de medios de comunicación […] Es evidente que el conservadurismo está haciendo labor en contra el Gobierno legal y legítimamente constituido […] Los conservadores son iguales en todos lados, unos más burdos, otros más hipócritas, son demócratas cuando les conviene”. ¿Conocería AMLO que el premier que defendía era rechazado por todos los grupos políticos – incluyendo el partido de gobierno – y hasta por los propios ministros del régimen?
La patética historieta del mandatario mexicano no podía concluir sin que este no acusara de esos hechos ficticios al “bloque de derecha conservadora que se reunió hace unos meses en Miami. Fue como una internacional del conservadurismo”, sostuvo, agregando la perogrullada que “nosotros ayudamos siempre a los gobiernos legítimamente constituidos y cuidamos los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos”. Incomprensible declaración, verdad?
Es lamentable que López Obrador y el presidente de Argentina, Alberto Fernández, oficien de blindadores diplomáticos de execrables dictaduras del hemisferio. En su caso el problema es mayor, porque ha enterrado el mayor principio de la política exterior mexicana, la doctrina Estrada, enunciada por el canciller Genaro Estrada Félix el 27 de septiembre de 1930, que elevó a la categoría de dogma la no intervención en asuntos de otros estados. Comentando sobre ese rígido postulado, recordamos que el prestigiado escritor y ex Secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, sostuvo que su país se vio «impedido en denunciar regímenes totalitarios y sus atrocidades, lo que afectó no sólo a las sociedades involucradas sino a la comunidad internacional en su conjunto».