Claudia Sheinbaum, nueva presidente de México, inicia su sexenio demostrando que es una persona confrontacional y limitada, a la vez que marioneta de Manuel López Obrador, su jefe y protector político.
Lo está demostrando al no invitar al Rey de España, Felipe VI, a la ceremonia de transmisión de mando, alegando que la Corona no había pedido perdón por los agravios cometidos durante la Conquista y el Virreinato, como exigió López Obrador el 2019, y avivando, así, un tóxico conflicto que se creía superado.
La respuesta española fue contundente: anunciar que ningún representante del Gobierno asistirá al evento, del cual también fueron excluidos los presidentes del Ecuador y Perú; el primero, por irrumpir en la sede diplomática en Quito y en el segundo caso en demostración de respaldo a Pedro Castillo.
Sin embargo, ha incluido a dos invitados de Honor, los sátrapas Vladimir Putin y Nicolás Maduro que, para su desgracia, no podrá compartir tequila ni tacos con los célebres personajes porque serian arrestados por la Interpol a pedido de la Corte Penal Internacional, que les imputa la comisión de crímenes de lesa humanidad.
En ese contexto, la pregunta que fluye es por qué sí invitaron a Francia, soslayando que por disposición de Napoleón III tropas de ese país invadieron México e impusieron como Emperador a Maximiliano de Hamburgo, por el periodo 1864-1867. O, mas aún, por qué han invitado al representante de Estados Unidos, olvidando que les arrebataron 2 millones 400 mil metros cuadrados de territorio.
Al parecer, la memoria de la señora Scheinbaum es selectiva. Así sucede cuando la demagogia o los impulsos emocionales e ideológicos pretenden constituirse en políticas de Estado.
(*) Exministro de Relaciones Exteriores