Un fracaso no es el fin de algo, al contrario, es una oportunidad para hacer las cosas mejor. Un fracaso es mirar hacia atrás y analizar aquello que no pudimos lograr, replantear la idea, replantear un proyecto o cualquier meta que nos hayamos trazado y que no se pudo lograr. Un fracaso es una lección de vida y un aprendizaje. ¿Por qué menciono el fracaso? Porque hace unos meses, mi hija, egresada de una prestigiosa universidad, se sentía abrumada, ansiosa, triste, angustiada y creía que el fracaso estaba cerca. ¿El motivo? No conseguía trabajo. Ella buscaba el trabajo ideal, el trabajo que muchas veces no encontramos. Hay situaciones en que aceptamos cualquier trabajo por necesidad. Pero ella buscaba el trabajo ideal.
Habían pasado cuatro meses desde que se graduó de máster y su preocupación aumentaba ante un mercado laboral altamente competitivo en los Estados Unidos. Postuló a 70 puestos de trabajo. Todos los días me llamaba para contarme –angustiada– que era rechazada en algunas empresas. Esto la frustaba porque no entendía cómo una egresada de una notable universidad no lograba conseguir trabajo. Como madre vivía esa misma frustración y angustia, pero no podía trasmitirle mi preocupación y su salud mental se estaba viendo afectada; y hacia mi mejor esfuerzo para darle consejos y animarla a ser paciente y perseverante en esta etapa de su vida. Y hacia mi mejor papel, esa actuación que solo las madres podemos hacer, sufrir en silencio, guardar nuestras penas y angustias y mostrale a nuestros hijos nuestra mejor cara, mostrarles lo fuerte que somos las mujeres y las luchadoras que somos. Y es así, cómo la alentaba diciéndole que ella era una chica muy bien preparada académicamente y sobre todo “workaholic” (entre bromas, pero sí lo es) y que iba a lograr todo lo que ella se propusiera.
Hubo momentos en que ya estaba en la última etapa del proceso de aceptación, instantes en que yo también veía de cerca su logro pero de pronto algo pasaba y en en el último momento esa oportunidad se le escurría entre las manos.
Así trascurrían los meses, y mi preocupación aumentaba y un buen día entre lágrimas me dijo: “Mami, me he proyectado, me he visualizado y ese trabajo será para mí. Tú que eres media bruja, que todo lo sueñas y lo adivinas, dime si ¿ese trabajo será para mí?”. Le respondí: “Hijita será tuyo, ten calma y paciencia” (he repetido “n” veces la misma frase, cada vez que hablaba con ella). Pero yo solo quería abrazarla, decirle que mientras su madre esté viva a ella nada le faltará, y quería parar su angustia, porque el abrazo de una madre lo es todo, pero ella estaba lejos. Así, después, de cuatro meses, logró ser aceptada en su “trabajo soñado”.
Esta experiencia personal me llevó a reflexionar mucho y es por ello que animo a los jóvenes a perseverar en sus objetivos, a que tomen los obstáculos que la vida nos presenta como desafíos y oportunidades, a enfrentarlos y avanzar. Pensar en positivo, que no tengan miedo a los retos, que se arriesguen y si nos equivocamos, y si no salen las cosas como queremos, no pasa nada, el sol siempre saldrá.
Si no encuentras el trabajo ideal, déjate llevar por el viento que luego te colocará en el lugar ideal. En mis inicios laborales no trabajé en el puesto ideal, lo acepté por necesidad, aunque misteriosamente sí estaba en el lugar ideal y me dejé llevar por el viento que iba preparándome para el camino. Siendo madre de una pequeña niña, luego de un segundo niño, esposa y estudiante universitaria, en mi caso, no me proyecté, solo avancé. Hay diferentes formas para encontrar el camino. Todo en la vida se puede lograr porque depende de ti hasta donde quieras llegar.