La descentralización en el país se dio de manera apresurada y atendiendo un reclamo de todos los compatriotas que habitamos el Perú, a lo largo de todo el territorio. Sin embargo, después se darse la Ley 27783 (Ley de Bases de la Descentralización), en el año 2002, llegaron sorpresas que estaban soterradas y nos dimos cuenta de que pedíamos facultades cuando nuestros líderes políticos no tenían las capacidades para afrontar tremendas responsabilidades.
Realmente, luego de la aplicación de este proceso, los resultados han sido frustrantes y negativos. Por ejemplo, ahora tenemos una burocracia creciente y hambrienta de mejores sueldos que nos han ‘inundado’ de regulaciones y tramitologías y, en vez de facilitar y propiciar las inversiones, se han constituido en una traba y un obstáculo para los emprendedores. Es decir, en lugar de propiciar el crecimiento de la base tributaria y aumentar las recaudaciones tienen un efecto contrario, frenan la inversión y el desarrollo de las empresas.
En cuanto a la regionalización o departamentalización, como sería mejor llamarla, desnudó nuestras falencias y la idiosincrasia de nuestra gente, nos mostró que la asociatividad no es una de nuestras características ni virtud, se dice que el más grande enemigo de un peruano es otro peruano y esa sentencia es, en muchos casos, cierta.
En el sur, tuvimos un gran ensayo de macrorregión. Al inicio del año 2000, tratamos de juntarnos siete departamentos: Arequipa, Abancay, Cusco, Madre de Dios, Moquegua, Puno y Tacna; se dio una planificación con líneas estratégicas definidas, se socializó el proyecto con reuniones cumbres en Ilo, Cusco, Arequipa y Tacna y a la luz de los resultados obtenidos concluimos en que los intereses comunes superaban largamente nuestras diferencias concentradas en antipatías entre regiones, ojerizas existentes desde muchos años atrás, por ejemplo: Moquegua vs. Tacna, Cusco vs. Arequipa, etc., que aunque no se crea parecían insalvables. Además, notamos que el centralismo limeño, a través de sus gremios, se puso en acción y haciendo lobbies y, por cierto, con el apoyo del gobernante de turno, Alberto Fujimori, se complementaron para frenar esta excelente iniciativa, porque, desde diferentes ángulos, se oponía a sus intereses políticos y empresariales.
Un hecho que marcó la etapa final de cualquier intento de formar macrorregiones constituyó la elección de los primeros presidentes regionales, quienes desde que asumieron funciones se opusieron tenazmente hacia este proyecto, por el temor de ver reducido su poder y tener que tomar decisiones compartidas con otros departamentos. Es decir, perder la independencia de manejar el departamento a su gusto y gana, como lo tenían pensado antes de su triunfo electoral.
Otro factor que influyó de manera importante en contra de las macrorregiones fue el canon minero que, en lugar de ser un incentivo y una herramienta para juntos lograr todas las obras que anhelábamos los sureños, se convirtió en la piedra angular de la corrupción y el crecimiento del clientelismo político y por consecuencia en el aumento feroz de la burocracia, aspectos que pusieron fin a esta idea de regionalización.
Ambos procesos ya se dieron y revertirlos va a ser muy difícil, casi imposible, por el camino andado. Lo que sí podemos pensar es en un relanzamiento de la descentralización, poniendo filtros y control a la ejecución de los presupuestos; y en el caso de la regionalización, continuar con esta integración, pero logrando alianzas estratégicas económicas, entre regiones, sobre la base de intereses comunes en temas como: utilización del agua, desarrollo de proyectos mineros, clústeres, circuitos turísticos y desarrollo pesquero e industrial en las Zonas Económicas Especiales (ZEE) de Ilo, Tacna, Matarani y Paita.
Así como se trabajó en el sur, se debe plantear también un modelo para el norte, centro y oriente. Si queremos desterrar este centralismo agobiante que nos gobierna, debemos mejorar nuestra gobernanza, elegir mejor a nuestras autoridades y reconocer que gran parte del fracaso de estos procesos es por falla nuestra y que nosotros debemos ser la solución y no seguir quejándonos del centralismo y echándole la culpa de nuestras desgracias.
(*) Expresidente del Consejo de Ministros