Supuestamente estamos gobernados por un grupo de sabios, de gente sumamente culta, preparada y sensible. Repletos todos ellos de diplomas, de reconocimientos, de profesiones, de grados y posgrados.
Por eso asumo que el señor Sagasti sabe algo o ha leído sobre Sócrates, el padre de la filosofía, que es, a su vez, el hombre que comenzó con el pensamiento dialéctico, que no es más que contraponer ideas y discutirlas para buscar una solución a determinado problema.
No tengo duda de que el señor Presidente conoce quién fue Platón y Aristóteles, que a su vez fue uno de los hombres que entrenó a Alejandro Magno, un hombre que sabía mucho de logística y por esas habilidades, sumadas a su inminente liderazgo (de lo cual carece Sagasti), y capacidad logística, es que pudo conquistar al mundo a los 36 años.
Mientras que, por supuesto, no tengo ninguna duda que Violeta Bermúdez sabe que Parménides dijo “Solo deberíamos fijarnos en las cosas que son y despreciar a los que aparentan ser”. De tal manera que el tono suavecito de sus palabras, siempre acompañada de Pilar Mazzetti, no se condicen con la realidad de los hechos, de que nos faltan vacunas, porque hay un montón de médicos y enfermeras que se están quejando porque están vacunando a una serie de recomendados que no son de la primera línea de ataque al coronavirus.
La realidad también dice que no hay oxígeno y que las camas UCI son prácticamente inexistentes. Y que por supuesto esta tontería de haber alargado la cuarentena no hace más que matar la economía y a los peruanos.
Tarde o temprano la Sinadef nos dirá que la mortandad se ha incrementado y mucho.
Por supuesto la señora Molinelli se niega a leer a René Descartes, que dijo “Pienso, luego existo”. La señora simplemente no piensa, ejecuta el gasto del seguro social como se le da la gana y no compra ni una planta de generación de oxígeno para ninguno de los hospitales del Seguro, en donde abunda el dinero y faltan las capacidades técnicas.
De modo alguno, uno puede pensar que el pueblo peruano es seguidor de Confucio, quien dijo “Las cosas son más simples de lo que aparentan”. Y es así, amigo lector de LA RAZÓN. Los comunistas que manejan el Perú de hoy nos están matando para destruir el sistema, y la gente piensa que son incompetentes.
Cuando la gente los mira simplemente, se dan cuenta que lo que están haciendo es destrozar al sistema para generar la anarquía y terminemos siendo abiertamente comunistas y no un remedo de socialistas, como el que tenemos hoy con el Partido Morado, pero con mucha gente ligada al Troskismo y al comunismo, como el miserable este del exministro Zamora, que ha destrozado el alma y la vida de la gente.
Por supuesto, ninguno de ellos ha entendido a Kant con su “Crítica de la razón pura”, porque lo razonable es salvar a la gente que uno va a gobernar. Lo irracional es matarlos, salvo que sea tan maniqueos, que lo que quieran es simplemente tener a la gente sumisa, encuarentenada, asustada y sin carácter, estirando la mano para que le den un bono.
Y fíjense qué raro, la cuarentena también prohíbe que la gente vaya a las iglesias, que se reúnan para las procesiones. Por algo Marx dijo “La religión es el opio del pueblo”, porque no solamente este comunista, que es el padre filosófico de todos los que nos gobiernan, despreciaba a Dios, sino también al pueblo y por supuesto el pueblo quiere el bálsamo de una misa de honras fúnebres para el padre o la madre muerta.
Por último, Locke dijo algo muy sencillo “El conocimiento humano parte de la experiencia”. Esa precisamente nos dice que nosotros los peruanos tenemos la capacidad de vacunar a centenares de miles de personas en una semana.
Eso quiere decir que para este sábado se acabaron las vacunas y que si no llegan las otras, será culpa de Sagasti. Pero por lo pronto, lo que uno tiene que entender, porque estos señores no quieren, es que lo que dijo Pitágoras es contundente “El elemento primordial de la realidad es el número” y cada vez hay más muertos y más desolación. No pueden ocultar a los muertos.
Y para eso no hay que ser un gran filósofo, hay que ser alguien del pueblo, que simplemente llora por su ser querido.
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