Durante los últimos días, el desconcierto se hizo como el aire que respiramos: un dictador de quinta salió fugado al no encontrar respaldo en su intentona golpista, mientras el Congreso asumía por primera vez, un rol institucional en defensa de la Democracia, que aún siendo débil, debe impulsarse como esperanza de entendimiento nacional. Pero todo ese cuadro tan extraño, rápido y confuso, no podía sostener el rumbo del país y es entonces cuando las Fuerzas Armadas ponen en marcha su presencia, su voz y su autoridad para colocarse al frente del país, enarbolando la Constitución como el arma más poderosa de una nación.
Los comunistas vestidos de mil colores gritaron lo que siempre repiten, detonaron lo que siempre daña y difundieron lo que siempre usan: la mentira. La intención del supuesto gobierno dividido era matar la democracia, acabar con las libertades. Y para eso, el golpista Pedro Castillo se autoproclamó dictador, pisoteó las leyes y el imperio de las mismas, ordenó detenciones de magistrados y fiscales, de autoridades y ciudadanos, para distribuir las fuerzas del odio, la corrupción y la impunidad sobre los límites del Estado, encontrando que nadie lo apoyaba, ni siquiera sus oscuros ministros de alquiler.
Sin aliados visibles, pero con sus cómplices actuando en paralelo, urdió la fuga a un narco estado que podía ser Bolivia, Colombia, México o el hub de distribución de las drogas en Centroamérica: Honduras. En la ruta, dijo que iría primero hacia la embajada mexicana y fue su propia esposa quien lo delató, pidiendo a un miembro de Seguridad del Estado que lo haga de conocimiento de sus superiores (todo esto vía mensajes de texto). Y es que las peleas maritales de Castillo sobrepasaron los límites de la paciencia de su consorte, quien se veía alejada y traicionada, pero sirviendo de facilitadora de su reemplazante, un escándalo más.
Ya en el camino viene la noticia a su escolta que grupos de civiles se aprestan a efectuar el arresto ciudadano del golpista, para lo cual –los peruanos valientes- cercan “la embajada del cártel de los soles” y detienen cuanto vehículo se acerca para revisarlo y ver si allí se esconde el sátrapa comunista. Y es así como en apenas diez minutos de tránsito por las calles de una ciudad enrarecida y llena de rumores, un equipo policial cerca la caravana del prófugo y haciendo uso de sus armas someten a los guardaespaldas del cobarde golpista, para conducirlo a las oficinas de Seguridad del Estado, paso previo para llevarlo a prisión.
Castillo, golpista de izquierda que quiso abusar de las leyes y desconocer la Constitución, no previó algo muy importante: nuestras Fuerzas Armadas, instituciones tutelares de la Patria que no son herramientas de odio ni de división, sino forjadoras de respeto y valores que permanecen incólumes, no se prestan al juego de la subversión. Por eso, hoy más que antes decimos que frente al comunismo, frente al terrorismo: Pueblo y Fuerza Armada, ¡Unidos venceremos! Y lo ven, vencimos.