Esta semana, hemos sido testigos de una serie de eventos naturales impactantes que han afectado a ciudades en todo el mundo. Uno de los sucesos que más ha sorprendido en el mundo ha sido la llegada del huracán Otis en Acapulco, México.
Este huracán ha dejado a gran parte del estado de Guerrero sumido en la oscuridad, con la escasez de agua potable y la interrupción de servicios de telecomunicaciones. Trágicamente, también se han registrado pérdidas humanas, lo que ha llevado al Gobierno Mexicano a declarar la región en estado de emergencia.
Lo sorprendente de este evento es que el huracán Otis pasó de ser una simple tormenta a un monstruo en tiempo récord, incluso desconcertando a los científicos, quienes no lograron prever su intensificación. Estos lamentables sucesos son un recordatorio de que debemos adaptarnos a un planeta cada vez más cálido y variable.
A medida que los niveles del mar y las zonas propensas a inundaciones cambian, debemos reconsiderar la ubicación de nuestras viviendas, oficinas, negocios y reforzar nuestras infraestructuras, como las redes eléctricas, puertos marítimos y aeropuertos, para estar preparados ante la llegada de desastres climáticos extremos, por eso es esencial que incorporemos el cambio climático en nuestras políticas públicas.
Hasta ahora, a nivel mundial la inversión en adaptación ha sido insuficiente. Por ejemplo, entre 2019 y 2022, solo una pequeña fracción de los fondos destinados a la agricultura en el mundo se asignó a actividades que mitigaran los impactos del cambio climático en los cultivos, por eso debemos saber que la adaptación puede dividirse en tres etapas: la primera consiste en minimizar los riesgos a través de medidas como la adaptación de edificios e infraestructuras y el fomento de la reubicación de las personas en áreas no habitables.
La segunda etapa implica preparar a la comunidad para reaccionar a las emergencias climáticas, mejorando los sistemas de alerta y predicciones meteorológicas. La tercera etapa se refiere a la recuperación después de un desastre, asegurando la provisión de servicios a los afectados y ofreciendo seguros accesibles para la reconstrucción de hogares, respaldados por regulaciones que garanticen la adaptación al cambio climático como requisito indispensable de los proyectos. En la actualidad, nuestras autoridades deben abordar la cuestión clave: ¿en qué debe consistir la adaptación al cambio climático? Para empezar, en las ciudades, los urbanistas necesitan acceder a datos actualizados sobre riesgos climáticos y proyecciones que anticipen el impacto del calentamiento global.
Desafortunadamente, muchas autoridades urbanas a nivel nacional carecen de mapas que indiquen las zonas más vulnerables. No se trata solo de renovar la infraestructura existente, sino de abordar nuevas necesidades, como la creación de centros climatizados en ciudades con altas temperaturas, Perú, por ejemplo, los gobiernos regionales, los gobiernos locales incluso el poder ejecutivo han inaugurado obras de infraestructura necesarias, como pistas y veredas, pero se ha pasado por alto la construcción de centros climatizados en zonas afectadas por el calor extremo. Esto es especialmente relevante cuando consideramos que la sensación térmica en algunas áreas del país puede llegar a los 50 grados centígrados.
Es fundamental que los mercados financieros, tanto públicos como privados, consideren adecuadamente los riesgos climáticos al evaluar proyectos. Algunos países y empresas ya han adoptado esta práctica como criterio de selección de proyectos, y todos deberíamos seguir su ejemplo.
El Perú debe asignar más fondos a la adaptación, establecer objetivos de inversión a largo plazo y adoptar políticas que reduzcan el riesgo.No olvides que invertir en adaptación es una medida preventiva que, a largo plazo, reducirá las pérdidas causadas por desastres naturales.
A pocos meses de la llegada del fenómeno de El Niño, la inversión en adaptación se convierte en una de las formas más eficientes de utilizar el presupuesto público. Es hora de actuar bajo el principio precautorio y tomar medidas concretas para proteger a nuestros ecosistemas en un mundo cada vez más apocaliptico afectado por el cambio climático.