Querido lector, te escribo desde mi rincón del universo donde nuestras realidades se entrelazan, sin importar quién eres ni dónde te encuentras. Puedes estar en Perú, en cualquier rincón del mundo, viviendo en el presente, el pasado o el futuro. Puedes ser adulto, adulto mayor, joven o niño. Sea cual sea tu religión o tus opiniones políticas, incluso si aún las estás descubriendo. Ya seas escritor, amante de la lectura o un estudiante al que obligan a leer, este mensaje es para ti. Los escritores no podemos visualizarte, pero te debemos mucho porque sin ti, el arte de escribir carecería de propósito. Escribir se convierte en un acto de esperanza, un intento de imaginar una libertad para leer. ¡Lector, existes! La prueba de tu existencia es el hecho de que estás leyendo estas palabras en este mismo instante.
Esta columna que comparto contigo es especial. En este espacio, no estoy sujeta a censuras; mi única herramienta especial es la palabra, a veces llamada «persuasión moral» por los literatos. Me dirijo a ti con el anhelo de compartir pensamientos que van más allá de las palabras y las páginas, quiero conversar contigo sobre algo que considero de vital importancia: la acción climática. Como abogada y escritora, siento la responsabilidad de abordar un tema que va más allá de nuestras vidas individuales: la preservación de nuestra casa común. En estas fiestas de fin de año, mientras nos sumergimos en cenas y celebraciones, quisiera que reflexionáramos juntos sobre el privilegio de poder disfrutar de estos momentos y cómo este privilegio está intrínsecamente conectado a la salud de nuestro planeta.
A menudo, nos sumergimos en las festividades sin detenernos a considerar la verdadera esencia de lo que celebramos. Más allá de las reuniones familiares y los regalos, está la maravilla de poder respirar, ver la luz del día, escuchar el canto de los pájaros y saborear el agua que bebemos. Este es el privilegio fundamental, el regalo más preciado que los ecosistemas nos ofrecen. Sin embargo, este regalo está amenazado por el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la deforestación descontrolada y la contaminación son problemas que no podemos ignorar. No se trata solo de la supervivencia de la flora y la fauna, sino de nuestra propia supervivencia como especie humana.
Quiero compartir contigo una pequeña historia que presencié recientemente. En un momento cotidiano, escuché a un niño pedir a su madre una ensalada para la cena de Nochebuena, que solo ella sabía hacer. La respuesta de la madre, fue que tenía jornada laboral hasta tarde y con suerte para año nuevo podría prepararla, esto me reveló la realidad de muchas familias que luchan por satisfacer necesidades básicas, como poder estar juntos en fechas especiales. En este contexto, el privilegio de disfrutar de una cena familiar toma una dimensión diferente. En estas fiestas te invito a reflexionar sobre nuestro papel en la preservación de la biodiversidad y la sostenibilidad del planeta. Más allá de las recetas y las tradiciones que cada uno pueda tener, consideremos qué cambios individuales podemos hacer para contribuir a la acción climática. La importancia de las decisiones personales no debe subestimarse; cada elección cuenta, cada acto cuenta, los silencios dicen más que palabras, y hay palabras que a veces preferimos que sean silencios. Celebremos no solo la unión familiar, sino también la vida y la oportunidad que tenemos de ser agentes de cambio.
Este artículo está dedicado a aquellos que ya no están físicamente con nosotros, pero que siguen siendo lectores de nuestras almas, como colibrís, estrellas y árboles.
Recordemos que la verdadera celebración va más allá de festividades temporales; es una celebración de la vida misma. Que este relato de responsabilidad compartida, sea para construir un futuro donde podamos seguir disfrutando de los regalos que la naturaleza nos ofrece. Con esperanza y gratitud: Ross