Es diciembre, y como cada año, llega esa inevitable nostalgia del último mes. Es un tiempo de balances, de mirar atrás y preguntarnos hacia dónde vamos. Mi rutina matutina me da ese espacio para conectar conmigo: el yoga que despierta el cuerpo, la meditación que aquieta la mente, unos minutos escribiendo en mi diario, y, por supuesto, mi café, el ritual que marca el inicio de mi día. Esta semana, en medio de la melancolía de fin de año, decidí volver a un libro que leí hace años: Conversación en La Catedral de Vargas Llosa.
La novela comienza en una Lima durante el gobierno de Manuel A. Odría. Santiago Zavala, o Zavalita, es un periodista desencantado, atrapado entre el peso de su apellido y su rechazo al sistema corrupto que representa su padre, un político influyente. Un día, por casualidad, se encuentra con Ambrosio, el chófer que trabajó para su familia, en un bar modesto llamado «La Catedral». Allí, entre cervezas y recuerdos, ambos comienzan una conversación que nos lleva a recorrer la decadencia moral, política y social del Perú.
Zavalita a través de sus diálogos con Ambrosio, revela un Perú jodido: lleno de corrupción, desigualdad, clasismo y racismo. La famosa pregunta “¿En qué momento se jodió el Perú?” no es solo un lamento nacional, sino también una duda personal de Santiago, quien intenta entender su lugar en ese caos. Sentada en un café escribiendo este artículo, paro un momento, tomo un sorbo de agua, respiro profundamente y en mi mente no dejo de repetir ¿en que momento se jodio el Perú? seguimos jodidos Zavalita ….
Al leer esta novela en 2024, me resulta imposible no compararla con nuestra realidad. Todos los presidentes de la era del 2000 están presos, investigados por corrupción o han muerto en circunstancias controvertidas. El país parece haber normalizado la descomposición política como un elemento más de su identidad. Mientras tanto, la sociedad responde con una mezcla de indignación y humor, creando memes como «Bebito fiu fiu» o frases descolocadas que reflejan nuestra resignación: «A veces, con diez solcitos hacemos sopa, segundo y hasta un postrecito» “El Shereke quería cobrarme cinco mil dólares, a mii” Estas frases, entre risas y lágrimas, son tan reales y jodidas como el Perú. Sin embargo, los jóvenes no queremos resignarnos. No queremos seguir preguntándonos en qué momento se jodió el Perú; queremos empezar a construir un futuro donde no tengamos que repetir esa frase. Sueño con un Perú de colores azul y verde: azul por la transparencia, la honestidad y la claridad; verde por la sostenibilidad, la empatía y el respeto mutuo.
Al cerrar Conversación en La Catedral, pienso que Vargas Llosa capturó nuestra esencia como país, pero no tiene que ser nuestro destino, porque si hubo y sigue existiendo gente jodida. La generación actual tiene la responsabilidad de romper el ciclo, de reescribir la historia, de soñar y construir un país mejor. Entre café, yoga y un diciembre nostálgico, escribo en mi diario: «El Perú no está condenado. Nosotros podemos cambiarlo. Y lo haremos» Gracias por leerme.
(*) Abogada Constitucionalista