«Bienvenidos al siglo XXI» es una expresión que usamos para resaltar que hay cosas que, en estos tiempos, ya no deberían existir. Hablando de estereotipos y cánones de belleza, vemos dos realidades contrastantes: una sociedad joven que busca romper estos moldes y un mundo dinosaurio que sigue perpetuando ideas arcaicas sobre «lo bello», «lo feo», «lo merecedor» y «lo inaceptable». Hoy, en esta columna, vamos a explorar los estereotipos surgidos alrededor del caso de Dina Boluarte.
Recientemente, Dina Boluarte volvió a aparecer en público tras 12 días de ausencia en 2023, lo que generó especulaciones debido a la falta de formalidad en el procedimiento de su permiso médico. En los últimos días, hemos visto titulares e informes con los títulos «Dina y sus retoques» o «Las cirugías de Dina», con reportajes de más de 10 minutos mostrando el antes y después de Boluarte.
¿Qué ha sucedido para que la belleza se convierta en un valor estandarizado y colectivo?
Se dice que la belleza es el mayor don que una mujer puede tener, una cualidad que le otorga poder sobre los demás. En un país marcado por el machismo y los estándares publicitarios, comparar el antes y después de Dina Boluarte o de cualquier persona en función de su apariencia se considera violencia (dejando de lado la discusión constitucional por su ausencia).
En un reportaje sobre el caso Boluarte, un cirujano mencionó que «cuando te haces una cirugía, la recuperación es muy rápida, puedes trabajar al día siguiente, máximo dos». Esto implica que, aunque haya dolor, se espera que uno pueda trabajar de inmediato. Es sorprendente que aspectos tan triviales como el aspecto físico de las mujeres, su cuerpo, cara, cabello y ropa tengan tanta importancia como para definirlas, incluyendo el caso de Boluarte. Naomi Wolf, en su obra El mito de la belleza, argumenta que los estándares de belleza cambian históricamente y suelen reflejar las relaciones de poder entre hombres y mujeres. Esta tendencia es impulsada por medios de comunicación, la industria de la moda y cosmética, y una amplia gama de industrias culturales que producen imágenes para una economía de consumo, donde las mujeres son tanto consumidoras como bienes de consumo, juzgándose a sí mismas según parámetros inalcanzables, afectando sus vidas al obsesionarse con el físico y temer envejecer y perder el control sobre sí mismas ( parece que la Presidenta es parte de este círculo del consumo del mito de la belleza) El cuerpo femenino ha sido territorio conquistado y arrebatado durante siglos, y aún hoy lo sigue siendo en muchas partes del mundo, los medios masivos han negado la sexualidad de las mujeres, su placer y deseo, imponiendo cánones estéticos al margen del riesgo para la salud. La identidad de las mujeres debe apoyarse en la premisa de la belleza, manteniéndolas siempre vulnerables a la aprobación ajena, exponiendo su amor propio. El mito de la belleza funciona como un dispositivo para mantener a las mujeres en la posición subordinada que han ocupado durante siglos. El mayor peligro del mito radica en que daña la autoestima de las mujeres, convirtiéndolas en personas débiles e inseguras, ya que viven bajo la constante presión de ajustarse a un concepto idealizado de belleza creado por la sociedad moderna, como en el caso de Dina Boluarte.
Como académica, madre y mujer, apuesto por un Perú sin estereotipos de belleza. Gracias por leerme
(*) Abogada Constitucionalista