Hace casi un año, les compartí la historia de Maya, mi hija perruna, una fiel compañera que llegó a mi vida desde México. Desde entonces, nuestra pequeña familia ha crecido de formas inesperadas. Primero fue Ringo, un gato travieso que adopté junto a mi hijo Mateo, quien se encariñó con él. Y luego llegó Benji, un perrito juguetón y alegre que convirtió nuestra casa en un torbellino de patas, ladridos y maullidos. Esta semana me detuve a reflexionar. ¿Hice lo correcto al traer a Maya desde México a Perú? No porque no la ame o la cuide aquí, sino porque hace poco México logró algo que me llena de orgullo: la protección animal alcanzó el nivel más alto de reconocimiento jurídico. Les cuento: el Senado Mexicano, aprobó una reforma constitucional que garantiza el bienestar animal. Sí, ahora la Constitución reconoce a los animales como seres que merecen cuidado y respeto. Esto significa que el Estado mexicano tiene la obligación de protegerlos, conservarlos y asegurar que vivan sin sufrir maltrato o negligencia. Además, la reforma incluye un cambio educativo: los planes de estudio en las escuelas deberán incluir temas de protección animal, para que los niños crezcan entendiendo que los animales no son objetos, sino seres vivos que sienten y merecen respeto. Es un paso monumental, porque no solo establece leyes más firmes contra el maltrato, sino que también cambia nuestra forma de relacionarnos con los animales desde la raíz, desde la educación.
Ahora, imaginen esto conmigo: un país donde sea impensable abandonar a un perro en la calle, donde las autoridades tengan la obligación de actuar ante cualquier acto de crueldad, donde los niños aprendan desde pequeños que cuidar de un animal es un acto de amor y responsabilidad. Así será México, gracias a estas reformas. Y mientras leo sobre estos avances, no puedo evitar pensar en Perú. Aquí también hay muchas personas que aman a los animales, que luchan por ellos todos los días, pero todavía nos falta un camino por recorrer. No contamos con un reconocimiento constitucional que les garantice protección. ¿No sería un logro que en Perú también diéramos este paso? Que dejáramos de ver a los animales como simples “cosas” y empezáramos a tratarlos como lo que realmente son: seres vivos que sienten, que sufren, que merecen respeto. En casa, mis tres compañeros no entienden de leyes ni constituciones. Para ellos, lo que importa es el amor y el cuidado que reciben de nosotros. Pero sé que hay miles de animales que no tienen esa suerte. Por ellos, por los que no tienen voz, debemos seguir adelante. México nos ha mostrado que el cambio es posible, que reconocer los derechos de los animales no es una utopía, sino una realidad que podemos construir. Quizás, algún día, también celebremos una reforma así en Perú. Cuando ese día llegue, miraré a Maya, a Ringo y a Benji, y les diré que ese logro también es para ellos. Porque cada ladrido, cada ronroneo, me recuerda algo esencial: compartimos este mundo con seres sintientes que solo piden un poco de amor y respeto. ¿Qué opinan, lectores? ¿Se imaginan un Perú donde ningún animal sufra maltrato? Estoy convencida de que, si trabajamos juntos, ese futuro puede estar más cerca de lo que pensamos. Gracias por leerme
(*) Abogada Constitucionalista