¿Cuántas veces nos hemos preguntado cómo hubiese sido nuestra vida si hubiésemos tomado decisiones diferentes? ¿Si esos vientos huracanados hubieran soplado en otra dirección? El destino, tal vez, habría sido irreconocible. Pero esas son las preguntas que nos asaltan cuando nos detenemos a reflexionar, las preguntas que, a veces, se desbordan con nostalgia. ¿Qué hubiera sucedido si el Imperio Incaico hubiese perdurado hasta el siglo XXI? O si, en lugar de los conquistadores españoles, hubieran sido los portugueses, franceses o ingleses quienes llegaron a las costas peruanas. O incluso, ¿qué hubiera pasado si los Incas hubieran derrotado a los españoles? Las grandes preguntas de la historia, pero también las personales. ¿Qué hubiera pasado si hubiera actuado de otra manera en ciertas situaciones? ¿Qué hubiera sido de mi vida si no hubiera tomado decisiones tan difíciles? En ocasiones, me encuentro preguntándome, ¿cómo habría sido mi vida si mi papá no hubiera fallecido cuando era tan pequeña, o si mi tío Frejolito hubiera ganado las elecciones presidenciales en el 85? Estas preguntas surgen, cuando nos enfrentamos al «qué hubiera sido». Este mar infinito de preguntas se extiende detrás de nosotros, como un océano de posibilidades no exploradas, decisiones no tomadas, vidas no vividas. Pensamos en lo que pudo haber sido, en los caminos que no tomamos. Y nos preguntamos, ¿es útil hacer estas preguntas? Si la vida fuera como un libro, ¿sería distinto si pudiéramos retroceder y reescribir nuestra historia? Sin embargo, la realidad es que no podemos retroceder. Es imposible descubrir qué habría pasado si hubiéramos tomado otro camino. Las preguntas, al final, no son más que hipótesis, un juego mental. Pero esa «otra vida» que pudo haber sido también forma parte de nosotros, de nuestra identidad, de nuestra nostalgia. Es por eso que, a veces, nos preguntamos.
No obstante, es importante tener cuidado al sumergirnos en este abismo de «lo que no fue». La reflexión constante sobre la vida que no vivimos puede llevarnos al remordimiento, sensación amarga que se clava en el pecho. Como decía Nietzsche, puede sentirse como “un perro mordiendo una piedra, una estupidez”. En lugar de obsesionarnos con lo irremediable, debemos usar esas reflexiones como una oportunidad para tomar conciencia de la importancia de nuestras decisiones. Pensar antes de actuar, evaluar con mayor claridad las consecuencias, es vital, sobre todo en las próximas elecciones que nos tocara el 2026. En la actualidad, con la inseguridad, los desastres climáticos, la corrupción y los conflictos sociales, nuestra capacidad de análisis se agudiza. Pero al mismo tiempo, debemos ser conscientes de no dejarnos influenciar por las sobrecargas de estímulos creadas por las grandes corporaciones tecnológicas. Gottfried Leibniz, filósofo alemán, decía qué “nos toca vivir el mejor de todos los mundos posibles”, ya que, si existiera uno mejor, Dios omnipotente lo habría creado.
En la actualidad la existencia de una posibilidad en un mundo preestablecido por la divinidad no es tan cercana, por eso el proverbio tan popular “ayúdate que yo te ayudare “. Sabemos que somos nosotros quienes respondemos ante nuestras acciones, no dioses ni leyes. La toma de decisiones implica elegir, y al elegir, clausuramos todas las demás opciones. Las posibilidades se desvanecen en la tierra desconocida de lo que pudo haber sido, pero nunca será. Por eso, reflexiona bien antes de actuar, porque las decisiones que tomamos no solo marcan el presente, sino también las infinitas posibilidades que dejamos atrás y el futuro para nuestro planeta. Gracias por leerme.
(*) Abogada Constitucionalista