Queridos lectores, este 2024 que dejamos atrás ha sido como una montaña rusa: llena de giros inesperados, emociones intensas y momentos de incertidumbre. No puedo negar que fue un año accidentado, un periodo en el que la realidad muchas veces superó la ficción y nos dejó con más preguntas que respuestas. Desde las noticias de violencia que sacudieron al país hasta esos momentos fugaces en los que una simple canción, como El gatito ronrón fueron titulares.
En lo personal, no puedo decir que 2024 haya sido el mejor año de mi vida. Pero sí fue uno de los que más me enseñaron. Aprendí sobre amor, esperanza, resiliencia y, sobre todo, sobre la importancia de seguir luchando por los derechos de todos, incluso cuando el camino se torna cuesta arriba.
Siempre nos han hablado de la justicia como un ideal puro, como un valor que rige el orden de las cosas. Pero este año me di cuenta de que la justicia, en la práctica, no siempre es lo que nos enseñaron en los libros de derecho. La vida real es compleja, imperfecta, y muchas veces se aleja de esos ideales que imaginábamos de niños. Sin embargo, eso no significa que debamos rendirnos.
Al contrario, significa que tenemos el deber de construir justicia, a través de actos cotidianos de empatía, solidaridad y respeto. Nelson Mandela, quien enfrentó injusticias que muchos de nosotros ni siquiera podemos imaginar, decía: «La mayor gloria en la vida no está en no caer nunca, sino en levantarnos cada vez que caemos».
Y eso, queridos lectores, es algo que veo todos los días en nuestro querido Perú. Lo veo en las familias que, a pesar de la adversidad, siguen luchando por un futuro mejor para sus hijos. Lo veo en las comunidades que, en medio de las dificultades, encuentran formas de ayudarse mutuamente.
Si hay algo que me mantuvo a flote este año fue el amor. Mi hijo Mate, con su mirada inocente y su corazón lleno de bondad, me recordó que el amor todo lo puede. Es fácil perder la fé en un mundo tan caótico, pero los niños nos enseñan que siempre hay razones para creer. También encontré consuelo y sabiduría en la literatura. Este año leí Vivir de Yu Hua, una obra que me marcó profundamente.
La historia de Fugui, un hombre que pierde todo lo que alguna vez tuvo riqueza, familia, estabilidad y aun así encuentra razones para seguir adelante, es un recordatorio poderoso de la resiliencia humana. Yu Hua nos muestra que la vida no es fácil, pero que siempre hay belleza en los pequeños momentos: una conversación, una sonrisa, un amanecer. Mandela decía: «El coraje no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre él».
Al igual que Fugui en Vivir, nosotros también podemos superar nuestros temores y adversidades si encontramos fuerza en las cosas simples y en los lazos que nos conectan con los demás. En un país como el nuestro, donde muchas familias viven con lo justo y los 10 soles a menudo no alcanzan ni para un postrecito, aprendemos a valorar lo pequeño.
Porque, aunque el amor y la vida no tienen precio, el acto de expresarlos puede ser un refugio en medio de las tormentas. En estas fiestas, recordemos que el verdadero significado de la vida no está en lo que poseemos, sino en cómo amamos, cómo compartimos y cómo dejamos el mundo un poquito mejor de lo que lo encontramos.
Queridos lectores, les deseo un 2025 lleno de amor, valentía y nuevas oportunidades. Que cada uno de nosotros encuentre la fuerza para seguir adelante, para levantarnos después de cada caída y para ser una luz en la vida de los demás. Con todo mi cariño, gracias por leerme.
(*) Abogada Constitucionalista