Transitar por Lima es, sin duda, una prueba diaria de paciencia para todos los que vivimos aquí. La llamada «hora punta» parece haberse esfumado, reemplazada por un caos constante que nos acompaña de sol a sol.
Viajar de un extremo de la ciudad al otro, ya sea de norte a sur o viceversa, se ha convertido en una odisea interminable. Las filas para subir a un bus del corredor, al Metropolitano o al tren parecen sacadas de una película de ficción.
Esta semana, dos problemas se han entrelazado en una combinación explosiva: la inseguridad y el colapso del transporte. No se trata solo de la ineficiencia del transporte público, sino de una crisis general de movilidad. ¿Cómo es posible que llegar de San Borja al Centro de Lima tome más de hora y 45 minutos? Y lo peor es que hemos normalizado esta situación. No es de extrañar que Lima encabece la lista de ciudades con peor tráfico en América Latina, superando a gigantes como Ciudad de México y São Paulo. Lo que sorprende es la falta de soluciones a la vista.
Por cosas del destino, llevo días usando el transporte público porque mi carro está en el taller nuevamente. Los taxis, además de cobrar tarifas absurdas en las horas pico, a menudo te cancelan en el último minuto, dejándote a la deriva.
Así que me he sumado al ejército de personas que recorren la Javier Prado día a día. Y ahí es donde me enfrento a otro de nuestros grandes desafíos: la inseguridad. Las bandas criminales están al acecho en las rutas de transporte, no solo extorsionando a los conductores que se ganan la vida honradamente, sino también poniendo en riesgo a los pasajeros que simplemente intentan llegar a su destino. ¿Y cuál es la respuesta del gobierno? Un desconcertante “prioricen el teletrabajo”. ¿Teletrabajo? ¿Esa es la solución que se ofrece frente a la extorsión que sufren los transportistas en Lima? ¿En serio creen que podemos encerrarnos todos en nuestras casas y olvidarnos de la realidad? El panorama se vuelve más sombrío cada día.
En las colas para el corredor rojo, todos luchan por subir sin importar si son adultos mayores, mujeres embarazadas o escolares. Apenas cierra la puerta, la mayoría saca su celular para distraerse viendo videos virales, un respiro fugaz entre el caos. Es el humor criollo el que a veces nos salva, pero esa risa momentánea no basta.
El gobierno parece empeñado en ignorar lo que sucede en nuestras calles, como si estuviera dispuesto a romper el tejido social a través del miedo. Y mientras tanto, el humo de los incendios forestales llega hasta Lima, asfixiando no solo el aire, sino también el sentido común de nuestras autoridades.
No pido que un Batman nos rescate de Lima la gótica, ni un chapulín colorado que nos defienda con su chipote chillón. Solo pido que el Estado cumpla con su rol: garantizar la seguridad. Porque no, no podemos dejar de preocuparnos como ciudadanos cuando la extorsión amenaza nuestras vidas, no podemos ignorar la corrupción, la falta de gobernabilidad y la ausencia de respeto.
Los peruanos vamos a seguir levantándonos cada día con la esperanza de un mañana mejor, pero esa esperanza no puede sostenerse en promesas vacías o soluciones inexistentes.
Necesitamos acciones concretas. Y, si me lo permiten, tengo una idea: ¿Qué tal si las autoridades dejan sus autos oficiales por un mes y se unen a nosotros en el transporte público? ¿Qué tal si experimentan el día a día en un micro, en el corredor, o incluso en bicicleta? Estoy segura de que en menos de 30 días las cosas cambiarían.
Incluso podríamos aprobar una norma donde todos los funcionarios públicos a transportarse de manera sostenible, para que compartan la realidad de millones de peruanos.
Tal vez así se darían cuenta de que la seguridad en las calles no es un lujo, sino una necesidad. La ineficiencia hace tanto daño como la corrupción. Gobernar no es un juego; es el trabajo más noble, y para hacerlo bien se necesita compromiso, responsabilidad y, sobre todo, conocimiento.
Gracias por leerme.
(*) Abogada Constitucionalista
