Por: Yorry Warthon Cortez / El 21 de marzo de 2018 es la fecha en la que el entonces presidente Kuczynski presentó su renuncia. Tal fecha será recordada como el inicio de la debacle institucional, económica y moral del país. Fue el infausto inicio del gobierno de Martín Vizcarra. Él encontró un país viable al que debía gobernar con eficiencia, empleando diligencia ordinaria para mantenerlo en el rumbo correcto del crecimiento. Esto no fue así. Tal parece que los planes de Marín fueron otros.
Hoy millones de peruanos descubrimos lo que al parecer siempre fueron los planes del de Moquegua. Una agenda totalmente alejada de los intereses del país.
Una vez en el poder, Vizcarra se dedicó a copar las instituciones para tenerlas a su servicio, comenzado con el Ministerio Público. Gran parte del sistema de justicia se convirtió en la mejor herramienta para destruir toda oposición, haciendo común la judicialización de la persecución política. Además, por supuesto, del muy cuestionado acuerdo de colaboración con la corrupta empresa Odebrecht. A la luz de los hechos que hoy conocemos, es evidente que los beneficios otorgados a la empresa brasilera no eran gratuitos y tal vez responden a una clara intención de silenciar a los «colaboradores» brasileros.
Con el cierre del parlamento anterior, Martín consolidó su poder. Ello le permitió, a la larga, mantener a “la niña de sus ojos”: el Tribunal Constitucional (TC). No es descabellado pensar que los otrora magistrados del TC -afines al de palacio de gobierno- le devolvieran el favor al avalar el acto, claramente, inconstitucional. El desbalance en los poderes del Estado tuvo una causa maquinada y un efecto devastador.
Es ahora que todas las piezas encajan. Es hoy que muchos peruanos entendemos el objetivo del alicaído “comandante en jefe” que nos tocó por presidente. ¿Cuál podría ser tal objetivo? Es clamoroso: cubrir sus espaldas ante la andanada de denuncias que lo persiguen desde su gestión como gobernador de Moquegua. Un objetivo que también apunta a continuar con sus viejos hábitos de negociación. Sin un ápice de remordimiento, claro está.
A la fecha de la presente columna, surgen más testimonios que comprueban la putrefacta corrupción que en su periodo como gobernador, y luego como vicepresidente de la república se habría consumado. Fotos, audios e incluso videos son materiales que ya abundan y que la fiscalía, al parecer, no desea utilizar en contra del presidente. Es evidente que tal practica continúa al interior de palacio de gobierno. Los serios cuestionamientos en las compras realizadas durante la pandemia y muchos otros graves indicios de corrupción en el Ejecutivo así lo dictan.
Martin Vizcarra es un gobernante sombrío. Uno que ha quedado absolutamente deslegitimado para conducir al país. Todo hace parecer que Martín ha elegido aferrarse al itinerario de su agenda personal. Una que lo seduce a quedar muy bien librado de cualquier crimen para evitar ser colocado en la celda más próxima. Un plan delineado para encubrirse y alterar, de ser necesario, la Elecciones Generales 2021. Las advertencias del fraude electoral más escandaloso de nuestra historia reposan a la vista.
*Abogado y Analista Político
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