Por Francisco Chirinos Soto
Me parece que se equivocan quienes pretenden encontrar algún antecedente semejante a la crisis política que ha venido padeciendo el país, la cual, felizmente, está en camino hacia su total recuperación, merced al juramento que ha prestado ante el Congreso Nacional, como Presidente de la República, quien fuera hasta un segundo antes Primer Vicepresidente de la República, don Martín Vizcarra Cornejo. En nuestra agitada historia republicana, ha habido varios Presidentes cuyo mandato se interrumpió abruptamente por razones diversas. Gamarra –muerto en el campo de batalla en Ingavi contra las tropas bolivianas- ; el Mariscal Miguel de San Román, de muerte natural, en Chorrillos; el General Mariano Ignacio Prado, por la extraña decisión personal de viajar al extranjero en plena guerra del Pacífico; don Manuel Candamo, también de muerte natural, en Arequipa; don Guillermo Billinghurst, derrocado por una conjura del Congreso y el Ejército; don Augusto B. Leguía, quien derribó a José Pardo y probó su propia medicina, al ser depuesto por la revolución de Sánchez Cerro; el propio Sánchez Cerro, asesinado; don José Luis Bustamante y Rivero, víctima de un cuartelazo en su tierra natal, Arequipa; don Fernando Belaúnde Terry, por otro golpe militar y don Alberto Fujimori, por una extraña renuncia enviada por telefax.
No sé si omito a algún otro derribamiento presidencial, pero me he referido a los más notorios, entre los que está el que ha tenido como protagonista a PPK. Se diría que, formalmente, se trata de una renuncia. Sin embargo, a la luz de los hechos y las ya gravitantes encuestas, ha sido el peso de la opinión pública, de un lado, y la imposibilidad personal de soportar el peso de tanta culpa política y penal acumulada sobre sus hombros, la que produjo el desenlace y el apropiado trance de la ocupación de la primera magistratura por quien debía hacerlo y lo hizo con firmeza y con elegancia.
Esta nueva crisis, no del todo superada porque no hay gabinete ministerial, debe quedar resuelta con la designación y juramentación del equipo completo el primer día útil venidero. El nombramiento singular de un ministro, el señor Edmer Trujillo como nuevo Ministro de Transportes en reemplazo de Bruno Giuffra, no está ajustado a la normatividad constitucional, puesto que según la Carta Magna, el Presidente del Consejo de Ministros es quien, cuando menos formalmente, propone la designación de los demás ministros. Al señor Trujillo no lo ha propuesto nadie, porque es seguro que figurará en la relación de ministros que acompañará a don César Villanueva, a quien, según es de pública notoriedad, ha escogido ya el Presidente Vizcarra. Todo quedará en orden y la maquinaria del Poder Ejecutivo podrá ponerse en marcha, a fin de sacar al país del marasmo en que se encuentra.
Estos últimos días hemos estado con la paradoja según la cual el Perú tenía un Presidente de la República sin Gabinete Ministerial y al mismo tiempo subsistía agonizante un Gabinete Ministerial, algunos de cuyos miembros se daban el lujo de seguir actuando al frente de sus carteras, como si nada hubiera pasado en el país y como si el inefable PPK estuviera todavía dando sus estrafalarios pasitos de baile a los pies de la centenaria Higuera de Pizarro.
“Habemus Presidente” dije el sábado pasado. “Habemus Gabinete”, podré decir el lunes que viene. El Perú habrá superado una crisis política y logrado un cambio presidencial sin que suenen los motores de los tanques. Ha sonado, rotunda e inapelable, la Constitución del Estado, que lleva en su propio cuerpo los motores de la voluntad popular.